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vida. Apuntarán al punto más estimado y por lo mismo el más delicado: el de la castidad. Entre éstos se encontrarán incluso compañeros de altar. Es un misterio del demonio que atormenta y de Dios que purifica. Tocan a rebato Hacía tiempo que Francisco cavilaba sobre su vocación. "Ha– bía sentido -escribe en .un documento sin fecha, conservado por su director espiritual el P. Benito de San Marcos in Lamis– desde los más tiernos años una fuerte llamada al estado religioso". Con ello nada se dice de las luchas que su alma tuvo que sostener entre la "fuerte llamada" y los atractivos del mundo. Hubieran prevalecido éstos si el Señor "que quería para sí a esta alma" no hubiese intervenido. El Señor, celoso, le favoreció con una visión. Es el mismo P. Pío el que la describe, valiéndose de la tercera persona, en el citado manuscrito autobiográfico. Francisco vio a su lado "un hombre majestuoso de rara belle– za, resplandeciente como el sol" que, tomándole de la mano, le animó con la precisa invitación: "Ven conmigo, porque te convie– ne luchar como un soldado valeroso". Fue llevado a una "preciosísima campiña", entre una multitud de hombres divididos en dos grupos: de una parte "hombres de rostro bellísimo, cubiertos de vestiduras blancas como la nieve"; de la otra "hombres de aspecto horrible y vestidos de negro a modo de sombras oscuras". El joven, colocado en medio de aque– llas dos alas de espectadores, vio que iba al encuentro de "un hombre de altura desmesurada hasta tocar las nubes con la fren– te", con un rostro como "el de un etíope, tan horrible era". El personaje esplendoroso que veía a su lado le animó a luchar con aquel otro monstruoso. Francisco pidió que le librasen del furor del extraño personaje, pero el su luminoso no aceptó: "Es vana toda tu resistencia, pues tienes que medírtelas con éste. Animo. Entra confiado en la lucha, avanza con valentía, que yo estaré a tu lado. Yo te ayudaré y no permitiré que te derrote". Se aceptó el guante. Fue algo terrible. Con la ayuda del per– sonaje luminoso, al lado siempre, Francisco llevó la mejor parte 36

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