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y de llamar cruel al Hijo, tirana a la Madre... He aquí, débilmente descrito, lo que me ocurre cuando estoy con Jesús y María". Par~ recompensar estas delicadezas maternales, el P. Pío ex– clama: "Quisiera poseer una voz tan fuerte que llegase a los peca– dores de todo el mundo invitándoles a amar a la Virgen". "Qui– siera volar para invitar a todas las criaturas a que amen a Jesús y a María". Seguro de esa protección maternal, el P. Pío espera la victo– ria: "El enemigo... es muy fuerte .. . La fuerza de satanás, que me combate, es terrible; pero, loado sea Dios, que ha puesto la fuente de mi salud, el éxito de la victoria, en manos de nuestra Madre celestial. Protegido y guiado por tan tierna Madre, seguiré com– batiendo hasta que Dios quiera, seguro y lleno de confianza en que, con esta Madre, jamás sucumbiré". A pesar de lo que acabamos de decir, la Virgen le negó una gracia. Una gracia (quizá la de poder entrar de nuevo y definiti– vamente en el convento), que le pidió por obedecer al P. Agustín. En una carta del l de mayo de 1912 había hablado de las dos gracias que esperaba conseguir en el mes de mayo: la primera, de morir, o bien de lograr que "todos los consuelos de la tierra" se le trocasen en amarguras, a condición de no volver a ver más aquellas caras "patibularias" de los demonios; la segunda (no mencionada, pero que dice ser conocida del P. Agustín) la de volver definitivamente al convento. Esta segunda gracia no le fue concedida. O lo que es peor, la Virgen adoptó una postura que hizo sufrir al pobre hijo, no atendido. No lo creeríamos si el mismo P. Pío no nos lo dijese. Desde Pietrelcina, el 18 de mayo de 1913, informaba al P. Agus– tín: "Al recibir su última, quise hacer presente a la Virgen la gracia que usted me manda siempre que pida... El efecto esperado no llegó, porque esta Madre santa se encolerizó por mi atrevi– miento de volver a pedir esa gracia, cosa que me había prohibido severamente. Esta involuntaria desobediencia mía me la hizo pa– gar cara. Desde aquel día se retiró de mi lado junto con los otros personajes celestes... Una guerra durísima se entabló desde aquel día con aquellos feos bandidos. Querían darme a entender que Dios me había rechazado definitivamente. Y, quien no lo iba a creer, teniendo presente el modo poco cortés con que me vi ale– jado de Jesús y María". A pesar de todo - y aquí se refleja la confianza y la entrega 342
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