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ninguna señal de querer retirarse y darse por vencido. Me quiere perder a toda costa... Pero me siento muy obligado a nuestra común Madre María al rechazar estas insidias del enemigo. Dele usted también gracias a esta buena Madre por este favor singula– rísimo, que me está alcanzando en cada momento". No cabe duda de que la Virgen era para él una madre. Escribe desde Pietrelcina el I de mayo de 1912: "Cuántas veces he confia– do a esta madre las penosas ansias de mi agitado corazón, y cuántas veces me ha consolado ... En las mayores aflicciones me parece que ya no tengo madre en la tierra, pero que tengo una más piadosa en el cielo". En la misma carta expone la delicadeza de la Virgen, que le acompaña al altar: "Pobre Madrecita, cuánto me quiere. Lo he podido constatar una vez más al comienzo de este hermoso mes. Con qué delicadeza me ha acompañado al altar esta mañana. Me parecía como si ella no tuviese otra cosa en qué pensar más que en mí, al llenarme el corazón de santos afectos". Las atenciones de la Virgen para con él llegaban hasta el mimo. Desde Pietreicina, el 6 de mayo de 1913: "Esta querida Madrecita sigue otorgándome con prontitud sus cuidados mater– nales, sobre todo en este mes . Sus cuidados para conmigo llegan a los mimos ... ¿Qué he hecho yo para haber merecido estas deli– cadezas? ¿Acaso mi conducta no ha sido un mentís continuo, no sólo de un hijo, sino del nombre mismo de cristiano? Sin embar– go, esta tiernísima Madre, en su gran misericordia, sabiduría y bondad, ha querido castigarme de una forma excelsa, al derramar en mi corazón tantas gracias". Por tanta ternura se sentía "arder sin fuego": "Cuando me encuentro en su presencia y en la de Jesús... me siento arder sin fuego. Me siento unido, atado al Hijo por medio de esta Madre, sin ver las cadenas que me tienen aprisionado. Me consumen mil llamas. Siento que muero de con– tinuo y con todo estoy vivo". Y prosigue: "En ciertos momentos es tal el fuego que me devora por dentro, que hago esfuerzos en cuanto puedo por ale– jarme de él, por ir donde haya agua y agua helada para tirarme a ella; pero... me doy cuenta en seguida de que soy muy desgra– ciado, porque entonces, más que nunca, veo que no soy libre. Las cadenas, que mis ojos no ven, me tienen amarrado a Jesús y a su querida Madre. Es en estos momentos cuando la mayor parte de las veces siento ardores. Me siento tentado de gritarles a la cara 341

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