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cias, obtuvo la autorización de los superiores. Evitaba por natu– raleza tocar dinero y era escrupuloso en su distribución. Ponía a un lado las ofertas al convento, que luego entregaba al superior. A otro lado lo destinado a la Casa Alivio. Solía repetir: Si me muriese de repente, anota: en este bolso -y señalaba el bolso derecho del hábito - están las ofertas para la Clínica; en este otro bolso - el de la izquierda- los estipendios de misas. Habiendo recibido de un sacerdote una cantidad ccnsiderable, después de darle las gracias, la tiró sobre la cama con un desdén tal que dejó con la boca abierta al donante. Este comentó: "Qué grande se me ha revela<;io el P. Pío en este gesto". El Card. Lercaro escribió: "Si las riquezas afluírn a él, sus manos estaban agujereadas. Se discutió sobre las llagas del P. Pío... Pero ninguno lanzó la duda de que sus manos estaban agujereadas". La Casa Alivio es una obra que floreció para los pobres y de la pobreza de un fraile que confiaba únicamente en la Providencia y miraba a los bienes del Reino. El P. Pío vistió siempre como un fraile pobre. Nunca deseó tener un hábito nuevo, sino que buscaba los que otros habían usado. El cordón lo llevaba hasta que estaba totalmente deterio– rado. Un superior suyo, el P. Rafael de San Elías, le dejó en cierta ocasión su propia cuerda, tan inservible estaba la del P. Pío. Pero todo ello no tenía nada que ver, para él, con la suciedad. Vestía pobremente, pero limpio. Le gustaba la limpieza. Y ésta hacía que su pobreza res ultase decorosa y amable. También la celda era la de un religioso pobre, la de un religio– so cualquiera. En ella había muchas cositas; pero con una distri– bución que más recordaba la sencillez que el desorden. Nunca aceptaba cosas supérfluas o menos de acu~rdo con la pobreza capuchina. Daba las gracias al que se las ofrecía, pero no las recibía. Comentó con profunda amargura el qt:.e hubiesen instalado en su celda un aparato de aire acondicionado. Se lo había ofrecido uno de sus hijos espirituales, para Eliviarle del sofocante calor del verano. El padre replicó que no b quería de ninguna manera. Comentaba: ¿Qué dirá el seráfico Padre? Se quejó ante los superiores cuando advirtió faltas contra la pobreza. Aun reconociendo la necesidad, por motivos pastorales, de una iglesia más amplia junto al convento de Sa::i Giovanni Rotando, el P. Pío prefería la iglesita de Santa María de las 336

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