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portó la intervención, que duró hora y tres cuartos. No se le escapó ni una queja. Sólo, mientras se llevaba a cabo la extrac– ción de la hernia y se separaban las adherencias, de los ojos del padre rodaron dos gruesas lágrimas. Se arrepintió de ello y con suprema humildad se volvió a Dios: Jesús, perdóname si no sé sufrir como debiera. También en un acto de extremada humildad concluyó su vida terrenal. En aquella última hora le dijo al P. Peregrino con un hilito de voz: Pido perdón a todos por las molestias, malos ejem– plos y escándalos que he dado a la comunidad. El profesor Enrique Medi sintetizó así la vida del humilde fraile del Gargano: "La humildad se había convertido en natura– leza y la naturaleza en humildad". Y un religioso escribió: "Para comprender a este hombre extraordinario, señalado por Dios, estamos convencidos de que es preciso partir de la convicción acerca de este punto fundamental de su vida: su humildad. Es la perla más preciosa, cuyos reflejos darán razón de sus dones, de sus virtudes y hasta de sus defectos". La evangélica pobreza El fraile por cuyas manos pasó tanto dinero, hasta permitirle levantar la Casa Alivio, amó y cultivó la virtud de la pobreza. Pobreza real que había encontrado, al nacer, en su casa de Pie– trelcina. Pobreza evangélica que había prometido en la profesión religiosa. Fue siempre fiel a su voto y a esa virtud característica del franciscanismo. El mundo en que vivió la mayor parte de su vida fue ambien– talmente pobre y geográficamente muy limitado: una celda para descansar, un altar para la oración, un confesonario para el tra– bajo. Todo en una pobreza efectiva, que no le permitía aspirar a horizontes más anchos, ni a viajes de turismo, ni a goces legítimos en busca de la belleza del pasado o del arte. Una pobreza de libertad, de movimiento, de evasión. Pobreza casi hasta del aire para respirar. Una pobreza de espacio para moverse. No se aprovechó del dinero que le llegaba para los pobres y enfermos. Aceptó recibirlo cuando, obligado por las circunstan- 335