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de las Gracias recordaba la predilección de San Francisco por la Virgen y por Nuestra Señora de los Angeles, la Porciúncula. Encontramos en el P. Pío todo lo que Celano escribía de San Francisco, que "veneraba con amor a los ángeles", sobre todo a San Miguel. El mismo amor a Cristo crucificado le atrajo las llagas del Señor. La misma reserva en torno a las llagas, "el secreto del rey", se encuentra en el estigmatizado de la Verna y en el estigmatizado del Gargano. La piedad del P. Pío se traducía en devociones característica– mente franciscanas, centradas en Cristo, en el misterio de Navi– dad, en la presencia eucarística, en el drama de la Pasión. El P. Pío vivía estos misterios. Los de Navidad, con la misma ternura de San Francisco en Greccio. Los de la Eucaristía, en la celebración diaria de la misa, con las mismas lágrimas de San Francisco cuando meditaba en la muerte del Señor. Sentía y vivía estos misterios hasta el punto de perderse en ellos y asemejarse a Cristo, convirtiéndose en un nuevo Cristo crucificado, en otra Hostia, arrebatado en su ansia de vivir para sus hermanos. El P. Pío trabajó por transmitir su espíritu franciscano a los seminaristas aspirantes a la Orden, de los que fue director en los primeros años de San Giovanni Rotondo y por los que pedía a Dios que "los hiciera a todos dignos hijos del seráfico padre San Francisco". Promovió la Orden Tercera, para extender por el mundo el espíritu de San Francisco. Director de la hermandad terciaria de Santa María de las Gracias, se alegró por el interés que mostraba su hija espiritual Violante, por el desarrollo de la Orden Terciaria en Pietrelcina: "He llorado de emoción y de consuelo, y muchas veces he levantado mi mano en el silencio de la noche y en el retiro de mi celda para bendeciros a todas y presentaros a todas a Jesús y a nuestro común padre San Francisco". Y las animaba: "No te canses de propagar la Orden Tercera y en procurarles a todos por este medio la verdadera vida. Haz que todos conozcan a San Francisco y su verdadero espíritu. Grande es el mérito que por ello te está reservado allá arriba". A Graciela Pannullo le escribía el 30 de diciembre de 1921: "Qué palabras tan hermosas he leído al principio de tu carta: Soy hija de San Francisco y conmigo otras cincuenta. Muy bien, tienes motivo para estar contenta y lo estarás más cuando, con tu celo ... hayas arrastrado a centenares y millares hacia San Fran- 331
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