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Forgione e impuesta por la fidelidad, se decidió claramente por la negativa: Cuando uno ha dado la palabra a San Francisco, no puede retirarla. En la profesión religiosa había habido un contrato, un verda– dero apretón de manos, entre el joven Forgione de Pietrelcina y el seráfico santo de Asís. Un pacto al que no se podía faltar. En la última noche de su vida, hacia la medianoche del 22-23 de septiembre de 19,68, unas dos horas antes de morir, el octogenario P. Pío le indicó al P. Peregrino el deseo de renovar los votos de su profesión religiosa. Plenamente consciente renovó -en manos del P. Peregrino- la fórmula "Hago voto y prometo... ", la mis– ma que pronunció, con voz juvenil, por vez primera el 22 de enero de 1904. Sesenta y cinco años de fidelidad franciscana. Una trayectoria que partió de Morcone y terminó en San Giovanni Rotondo, bajo la mirada de San Francisco. Ya a los cinco años tuvo la idea de consagrarse a Dios de por vida. Entre las imágenes que, ya de joven, tenía casi siempre consigo (Jesús, la Virgen, San José, el ángel de la guarda), nunca faltaba la de San Francisco. Durante un éxtasis del 3 de diciembre de 1911, en Venafro, fue sorprendido hablando con San Francis– co, cuya figura adoptaba a veces el demonio con apariciones pavorosas. Durante muchos años, en San Giovanni Rotondo, celebró diariamente la misa en el altar de San Francisco. En 1939 tomó parte, lleno de alegría, en los festejos con motivo de haber sido proclamado San Francisco como patrono de Italia. Era tan intenso el amor que profesaba a la vida franciscana y a su convento, que sufrió mucho cuando tuvo que vivir fuera de él, como sucedió de 1909 a 1916, por causa de su misteriosa permanencia en Pietrelcina, y de 1916 a 1918 por el servicio militar. Por el bien de su provincia religiosa, el P. Pío se ofreció como víctima. En una carta desde Pietrelcina, el 16 de febrero de 1915, se lo confiaba al P. Agustín: "No es preciso que me recomiende que pida por las necesidades de nuestra madre la provincia. Sólo Dios sabe cuántas veces le pido por ella cada día... Me he ofrecido como víctima al buen Dios por las necesidades espirituales de esta nuestra queridísima madre, a la que me siento unido por lazos indisolubles. Este ofrecimiento lo renuevo con frecuencia 329
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