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-Pero esto es paganismo. Estamos en pleno paganismo --comentó un día de septiembre de 1958. Y a quien trataba de explicar como devoción la conducta de la gente, el padre replicó: -Sí, es cierto. Pero se me echan encima como hienas. Me aprietan las manos como en un torno, me tiran de los brazos, me estrujan por todas partes para llegar a tocarme... Y yo me siento perdido y debo actuar con dureza. Soy el primero en sentirlo, pero si no obro así, me matan. A un seminarista de Varazze, que le pedía perdón porque le había obligado a enojarse, el P. Pío le explicó con toda dulzura: --No, hijo mío. Las palabras externamente deben ser así al– gunas veces, pues de lo contrario me matan. Pero en mi interior nunca pierdo la serenidad; y si supieses cuánto les amo a todos... Era huraño sólo en la superficie. El mostrarse duro era una manera de defenderse de la curio– sidad, del fanatismo y de las exageraciones de la gente. El padre no negaba los dones recibidos. Porque sabía que eran "dones", sentía el deber de ocultarlos, no de darlos a la publicidad. Sabía que muchos le amaban hasta la exageración, hasta la superstición, hasta aprovecharse de él y de su fama, hasta especular con su nombre. Al mostrarse siempre por encima de cualquier sospecha, al margen de cualquier intriga, el padre frustraba los cálculos piadosos y las emociones fáciles, mostrándose huraño, casi rudo, y de ningún modo acaramelado. Aquello era una forma de pudor, de un pudor rústico, que le venía de su humilde origen y de su calidad de capuchino. De este modo reaccionaba ante las aclamaciones desordena– das. Era también deseo de reaccionar contra sus paisanos meri– dionales, f ácíles a la exaltación. Quería que eso fuese un medio de echarse de encima el peso -formidable para su humildad-- de la popularidad, que no respetaba barreras ni controles. El padre se imponía el deber de mostrarse huraño. Un día se lo aclaró a María Pompilio: De ahora en adelante no volveré a ser condescendiente, dulce, como lo fu i en e/pasado; sino que por voluntad de Dios me veréis severo, áspero, rudo, hasta impresio– nar a muchos y escandalizarlos. Como se conocía, comprendía que una actitud de esa clase le iba a resultar difícil. Sin embargo, insistió: -No siempre obraré así, porque el que nace redondo no puede morir cuadrado. Por temperamento yo no soy así, pero de 327

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