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Don Pannullo, la señora Pepa, tío Peregrino y el maestro Cáccavo eran los que conocían su determinación de hacerse fraile. Francisco había decidido también la Orden. Quizá no sabía el nombre exacto, pero a quien conocía bien era a fray Camilo de San Elías en Pianisi, un capuchino de barba hermosa, negra y fluvial, a quien los superiores, por su seriedad y laboriosidad, habían destinado a pedir la limosna por los pueblos. Fray Camilo había recorrido repetidas veces las calles de Pietrelcina, recogien– do caridades (porque los pobres son generosos con los otros pobres) y repartiendo su palabra edificante a los mayores y sus caricias a los niños. Nunca faltaba para éstos alguna medallita o estampa, algunas castañas y nueces, recibidas de limosna o reco– gidas por él mismo. Este fray Camilo - joven de años (había nacido en 1871), y mucho más joven de religión (había profesado solemnemente el 17 de febrero de 1901)-, que bajaba de Morcone en determina– das épocas del año para la limosna, había atraído a más de un muchacho.También nuestro Francisco se sintió conquistado. Mi– raba el rostro, el hábito, el comportamiento de aquel fraile sen– cillo y humilde. En su interior había ya decidido ser fraile como fray Camilo, y por tanto capuchino. El tío Peregrino, al enterarse, hizo gestiones ante el arcipreste Pannullo. Este escribió al P. Provincial de los capuchinos de Foggia- que era a la sazón el P. Pío de Benevento- el cual contestó que habría que esperar unos meses, porque en el novi– ciado capuchino de Mor.cone no quedaba ningún puesto libre. Tío Peregrino dio un viraje, proponiendo a su sobrino Fran– cisco la posibilidad de entrar o con los monjes, de hábito blanco, de Montevergine, guardianes del santuario mariano -al que Francisco ya había ido peregrinando- o con los Redentoristas de San Angel de Cupolo, o con los franciscanos de Benevento. A cada una de estas sugerencias respondía Francisco con un no, porque tenía noticias de que aquellos frailes no llevaban barba. Aquella distinción de barba o no barba traía a mal traer al tío Peregrino, el cual quería convencerle de que lo que importaba no era la barba, sino encontrarse a gusto. Pero perdía el tiempo. Francisco se había empeñado en que tenía que ser con los de barba y, testarudo como era, no iba a ceder. "La barba de fray Camilo -confesará más tarde el P. Pío– se había clavado en mi memoria y nadie me la hubiera podido 34
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