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En junio de 1933, el nuevo arzobispo de Manfredonia, Andrés Cesarano, mientras visitaba al P. Pío, se hizo acompañar de don José Prencipe, arcipreste de San Giovanni Rotondo. Después de más de diez años que Prencipe no se dejaba ver, el P. Pío le abrazó, como para indicarle que lo pasado estaba ya olvidado. Nos abre de par en par su corazón comprensivo cuando escri– be el I O de agosto de 1923 "delante de Jesús sacramentado... con el corazón rebosando de amor por Jesús y por todos mis herma– nos". Informado sobre las malvadas intenciones, manifestadas por alguien en el período de su temido traslado, el P. Pío escribía: "Hago bien en suponer lo inevitable de mi muerte, conociendo las intenciones de este mi querido y predilecto pueblo de San Giovanni Rotondo de tenerme consigo, si no vivo, por lo menos muerto. Quiero que, sea quien fuere el que intenta tal cosa, quiero que las autoridades civiles y los jueces no apliquen a ése o a ésos las penas establecidas por el código penal. No quiero que se corte ni un pelo por mi causa, aunque sea ocasionalmente, quienquiera que fuere. Siempre los he amado a todos, siempre los he perdo– nado, y no quiero bajar al sepulcro sin haber perdonado al que pretenda poner fin a mis días". La situación de los pobres obligaba al P. Pío a intervenir ante quienes pudieran ayudarles. Se interesó de modo especial por los jóvenes del país, enviándoles a que aprendiesen un oficio (p.e., el pintor Antonio Ciccone), dándoles oportunidades para especiali– zarse. Así, en enero de 1957 proyectó levantar en San Giovanni Rotondo una escuela de preparación profesional. Este centro fue inaugurado un año más tarde, el 26 de enero. Encomendado a los Terciarios capuchinos de la Dolorosa, pronto se impuso como uno de los centros mayores de la Pulla, por sus estructuras, por sus técnicas modernas, por los medios formativos y didácticos, que dan a los jóvenes de la región la posibilidad de conseguir una especialización técnica. Los enfermos le hacían sufrir, llorar, rezar, inmolarse. Un día se le escapó hablar del sufrimiento: -Oh, si pudiera barrer el dolor de la faz de la tierra. El P. Pío lloraba con el que lloraba. El 23 de julio de 1922 escribía al P. Bernardo de Pietrelcina, angustiado por la salvación eterna de su madre muerta: "No te aflijas por la salvación de tu madre. Ojalá todas las madres cristianas fueran como la tuya... Ll oro de satisfacción al pensar en aquella querida señora, tan 322
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