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cernos nos lo muestran cerca de sus padres, del hermano, las hermanas, los sobrinos, a los que recordaba en las fechas más alegres, en especial en el onomástico y en las festividades religio– sas. Y más que nunca en las desgracias familiares. En esas cartas se acuerda de todos, desde la abuela a los sobrinos, desde los tíos a los maestros. En una carta de felicitación de las pascuas a sus padres, escri– bía: "Parece que hay una voz que me habla al corazón haciéndo– me sentir todo el agradecimiento, todas las obligaciones que tengo hacia vosotros, que habéis sido y seguís siendo las personas que más quiero". Les deseaba "una vida muy larga". Muchas veces, cuando escribía a sus padres, les enviaba "un montón de cariños y de bendiciones"; a su sobrina Pía, "un montón de caricias", "una infinidad de santas caricias". Bendeciría, más tarde, a su sobrina "junto con. los niños y con Mario, con una bendición llena y rebosante". El amor entre el hijo y la madre ha quedado fijado en un recuerdo delicadísimo. El 5 de diciembre de 1918, la señora Pepa encontró a su hijo en la plazuela de Santa María de las Gracias. Le coge su mano traspasada: Padre Pío, te beso la mano por tía Liberata, por tía Peregrina, por tía Filomena, por tía... Después de haber besado aquella mano en nombre de otras diez tías y comadres, la señora Pepa añade: Y ahora te beso la mano por mí. No consiguió besarle la mano, porque el hijo, con las manos levantadas, le contestó: Eso jamás. Es el hijo el que debe besar la mano a su madre y no la madre al hijo. En enero de 1912, el P. Agustín leyó emocionado estas líneas de indudable afecto escritas por su hijo espiritual: "Ahora adiós, mi querido y buen padre...; no le mando un beso, porque eso es muy poco por las fatigas que usted ha soportado por mí, pero sí le mando todo lo que llevo dentro del corazón, un cariño infinito. Le venero, reverendo padre". Las últimas líneas de las cartas dirigidas a sus directores espi– rituales utilizan frases de verdadero afecto. Por ejemplo: "Le abrazo y le beso con gran efusión". Es el cariño, más que una verdadera necesidad, el que le lleva a escribir con frecuencia y largo y tendido a sus dirigidos espiri– tuales: "Es la vista la que me impide escribirte con más frecuen– cia.. . Despacharte con unas pocas palabras, te lo digo sincera- 319

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