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Con la limpidez del niño, abría - sobre todo a sus directores espirituales-- su alma; exponía sus puntos de vista, en ocasiones hasta desaprobaba la postura que adoptaban frente· a él. No le gustaban los malentendidos. Cuando hablaba, quería que se le diese crédito. Con libertad pedía explicaciones y aclaraciones. Manifestaba su dolor por estas incomprensiones, por sospechas injustificadas, por informes sobre otros religiosos que no eran ciertos, por calumnias patentes. Le escribió con toda franqueza al P. Benito, que no siempre tuvo con él una comprensión benévola: "Me ha molestado un poco su reprensión, paternal, sin duda, pero muy du::a. Siempre fui enemigo de la doblez y ahora se me acusa de que te recurrido a la mentira para excusarme, sólo por haber dicho la verdad de que me encuentro casi imposibilitado de escribir". "Sm paternales lamentaciones han sido para mi corazón otras tantas saetas''. "Por caridad, no me juzgue con tanto rigor". Un corazón de oro El P. Peregrino de San Elías, que vivió largo tiempo como vecino del P. Pío, hasta el punto de ser quien recogi:'.l su último suspiro, intenta darnos un esbozo del hombre que él conoció, y declara sin más: "Tenía un corazón de oro". E insiste presentán– donos otros rasgos característicos: "Fue siempre un niño, que saltaba de gozo ante cualquier sorpresa que le pro::urábamos, desde un poco de tabaco a una chocolatina. Regustabc. el delicado placer de la amistad, purificada y garantizada por la pobreza. Sumamente sensible ante la menor muestra de cortesía, que pa– gaba con oraciones y gracias celestiales. Muy perspi::az, de una sensibilidad mimosa, captaba a distancia el deseo de los demás y respondía al amor con una prontitud inmediata. Su sentido hu– manitario, su bondad, que se traslucía en su mirada, no resulta nada fácil describirlos". Su amabilidad iba ceñida al afecto que sentía por todos , sobre todo por aquéllos que consideraba como "los suyos". A sus fami– liares, aunque viviese alejado de ellos, los llevaba siempre en el corazón. Ese cariño se manifestaba en sus cartas. La3 que cono- 318

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