BCCCAP00000000000000000000448

asegurarse los primeros pueblos. Se prestaban a ello algunas bea– tas que frecuentaban la iglesia de los capuchinos. No era menor la audacia con que algunas devotas asaltaban los puestos más próximos al altar en que iba a celebrar el padre. Esto provocaba algazara, altercados, riñas, que desdecían del decoro debido a la casa de Dios. Los superiores del convento intervinieron con frecuencia para restablecer el orden. Por ejemplo, el P. Agustín no ahorró repri– mendas en público, intentando poner fin a aquel escándalo que iba en desprestigio del buen nombre de los capuchinos y del mismo P. Pío. Para las confesiones se recurrió al sistema de la tarjeta. Quedaron por ello excluidas algunas terciarias de San Giovanni Rotondo, que ponían orden a las mujeres que iban a confesarse con el P. Pío. No es necesario decir que esta decisión provocó molestias y malhumor, no siempre disimulados, de las mujeres a las que se les había relevado del control del orden. El conocido grupito de devotas continuó frecuentando la iglesia de los capuchinos y poniendo todos los medios para ser las prime– ras cerca del padre, sobre todo cuando iba al confesonario o salía de él. Aunque aquella decisión de limitar la actividad de las beatas de San Giovanni fue dictada por la prudencia y la responsable vigilancia de los capuchinos, aquellas mujeres lo tomaron tan a mal que nació el resentimiento, las amenazas, los recursos, que se prolongaron durante muchos años. Ni faltó quien se lamentó de que el P. Pío confesase a los hombres en la sacristía, a vista de todos. Se proveyó colocando unos biombos. Se le llamó la atención para que confesara a las mujeres con el montante del confesonario cerrado, de modo que no apareciese la persona del confesor a vista de los fieles. El P. Pío explicó su proceder diciendo que, dada la ubicación del confesonario y la escasez de oxígeno en una iglesia tan pequeña y casi siempre llena de gente, sentía que le faltaba el aire para respirar. Añadió que con todo cerrado no le sería posible resistir mucho tiempo, te– niendo sus pulmones averiados. Se prohibió a los fieles entregar cartas u otros objetos al padre cuando se encontraba en el confesonario. Ya en octubre de 1951 los superiores capuchinos, en un cartel mural, previnieron a los fieles sobre publicaciones y noticias referentes al P. Pío, no 310

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz