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Con el rostro contraído por el dolor, bendijo el féretro que salía en dirección al cementerio. No quiso que a nadie afectase el dolor que llevaba dentro . "Pero su aspecto - escribe un testigo ocu– lar-, si se le miraba de cerca, daba impresión de hinchado, y en su mirada tensa, casi ausente, se adivinaba el brillo de las lágri– mas". "Arriba, en la tribuna de la izquierda, el P. Pío no mira el féretro; está encerrado en su dolor y reza en silencio. Todos le miramos con una pena infinita". Otras pérdidas de personas queridas. La muerte del doctor Guillermo Sanghinetti -6 de septiembre de 1954-, director de la Casa Alivio, que había seguido paso a paso, desde el primer golpe del pico, la construcción de la misma. El P. Pío le llamaba amigo y le quería como a un hermano. La muerte de María Pyle, llamada también la americana -26 de abril de 1968- que desde hacía más de 40 años, en 1925, vivía en San Giovanni Rotondo, en una especie de convento, tomando parte, con delicada discre– ción, en todos los sucesos del P. Pío y que levantó un convento de capuchinos en Pietrelcina. Una cruz tras otra, la vida del P. Pío parecía un viacrucis, que le zarandeaba de estación en estación, para que nunca se amor– tiguase su pena. En los años I952- I962 esa pena llegó a su punto más alto. Hablando de ello, el P. Pío hizo esta confidencia: -Estamos en la última estación, la más larga y la más dolo– rosa. El decenio 1952-1962 Las manifestaciones de la multitud que se apretujaba en la plaza e iglesia de Santa María de las Gracias, quizá eran un poco desordenadas y ruidosas. Ese modo de comportarse disgustó a muchos. El primero en sufrir era el P. Pío. En la Casa Alivio no faltaban dificultades y disgustos, en el aspecto administrativo. Incluso en torno a su persona -que se pasaba casi todo el día encerrado en el confesonario- se habían creado equívocos y malentendidos, que declinaban en incom– prensiones y se derramaban, fuera de la villa del Gargano, en noticias e informes no siempre responsables ni objetivos. 307