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Italia Betti, profesora de matemáticas en el liceo Galvani de Bolonia, el 14 de diciembre de 1949 viajaba al convento del P. Pío. Una decisión extraña, inexplicable para quien conociese, sobre todo en los círculos comunistas de Bolonia, que se trataba de una comunista de primera fila, secretaria provincial de la Unión de Mujeres Italianas, propagandista convencida e infati– gable del marxismo-leninismo en las ciudades y pueblos de Emi– lia, dirigente muy activa del partido comunista. El mismo P. Pío la había movido a hacer aquel viaje. Se le había aparecido en sueños. En la iglesia de Santa María de las Gracias, Betti, muy enferma, tuvo un desvanecimiento, mientras veía al P. Pío cele– brar la misa. La mañana siguiente, después de una noche sin poder dormir, la profesora se arrojó a los pies del P. Pío en el confesonario. Públicamente y en voz alta abjuró de la ideología comunista y pidió volver a Dios. Escribió al director del liceo Galvani, a colegios de enseñanza y a algunos de sus discípulos: "He conquis– tado la paz. Pedid por mí". Se pusieron todos los medios para hacerla desdecirse. Muchos . compañeros intentaron disuadirla. Pero en vano. Betti no quiso abandonar San Giovanni Rotondo. Quiso vivir allí, al lado del sacerdote que la había vuelto a Dios, enseñándole el camino de la paz, después de casi veinte años de descarríos. Murió allí, víctima del cáncer, el 26 de octubre de 1950. Quiso ser enterrada en el pequeño cementerio, con el cordón franciscano de terciaria. Cuántas de estas alegrías secretas vivió el P. Pío por el retorno de hijos pródigos. Nadie logrará contarlos ni referir sus historias. Quedarán siempre como secretos del alma. Tanto más cuanto que el confesor que los convertía no daba a nadie cuenta de ello. En el silencio de su humildad el P. Pío gozaba y daba gracias a Dios. · La iglesia del convento, perdida en las estribaciones del Gar– gano, dando vista a Tavoliere, tenía todo el aspecto de un breve puerto de mar. A ella acudían muchas almas, después de una navegación extenuante, después de atravesar borrascas, ganando a nado la playa lejana. Solamente nos consta de una conversión por la que el P. Pío manifestó, en cierto modo, su satisfacción. Era sacerdote desde hacía muy poco y vivía en Pietrelcina. Al pasar delante de la habitación de su viejo maestro Domingo 303
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