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do. Por la tarde el canto del Te Deum recogió, como pudo, el agradecimiento a Dios de parte del festejado y de los fieles que, ya al anochecer, desfilaron con antorchas. Aquel día quedó señalado por la muchedumbre de sus hijos: una muchedumbre que se desbordaba por los alrededores del gran templo, que en aquella ocasión resultó estrecho. Una mu– chedumbre que lo llenaba todo: la tribuna, las salas, la sacristía, las escaleras, los pasillos del convento. Era una muchedumbre de todas las ciudades, de diversas razas y lenguas. Gentes del lugar, de los alrededores, de otras regiones y naciones. Se escribió que aquel día de fiesta tuvo dos protagonistas: el P. Pío y la muche– dumbre. De todas las partes del mundo, concretamente de estadistas, de cardenales, obispos, eclesiásticos y religiosos, llegaron mensa– jes de felicitación al P. Pío. Aquello le proporcionaba -no sabe– mos, porque es difícil precisarlo- alegría o molestia. Entresaca– mos algunas líneas de la carta de felicitación escrita el 20 de junio de 1960 por el futuro Pablo VI, entonces Cardenal Juan Bautista Montini, arzobispo de Milán: "También yo me atrevo a expresar– le, en el Señor, mi enhorabuena por el cúmulo de gracias que usted ha recibido y ha dispensado a otros. Es el momento de repetir, con júbilo y agradecimiento a la bondad de Dios: Venite, audite et narraba, omnes qui timetis Deum, quanta fecit animae meae. Así debe ser celebrado el sacerdocio. ¡Qué diremos del suyo, favorecido con tantos dones 'Y tanta fecundidad! Expreso también mi deseo de que Jesucristo viva y se mani– fieste en la persona y en el ministerio de vuestra paternidad, como dice San Pablo: Vita Jesu manifestetur in carne nostra mortali". En lo más íntimo del alma del P. Pío aflorarían las palabras que él mismo había escrito como recuerdo de su primera misa: "Jesús, sea yo contigo en el mundo / Camino, Verdad y Vida / y para ti un sacerdote santo / una víctima perfecta". Una vez más remachaba su ser para Dios y para el mundo. En esta ocasión eran los otros los que decían y escribían que él había sido, en sus cincuenta años de sacerdocio, lo que se había propuesto ser. Si hemos de creerle, eran cuatro las cosas que necesitaba pedir. Las pidió en un escrito dirigido a la Virgen. "Madre dulcí– sima de los sacerdotes, te suplico que des gracias siempre / a Jesús... / Consígueme el perdón / por mis pecados, ofensas y 299
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