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levadura de vida celestial, justificarán su existencia. Si esto no ocurriese, no serían más que un fallo lamentable". Aliviar a todos y asegurar a todos la salvación: he ahí el propósito del sacerdote estigmatizado del Gargano . O mejor, para esto había sido llamado aquél que vivía crucificado, en una relación vertical con Dios y en una relación horizontal con los hombres. Como quien trabaja en esta doble dimensión, el padre se definía cual hombre "devorado por el amor de Dios y del prójimo". Un día llegó a decir: Si Juera posible, querría conseguir del Señor solamente esto: si me dijese "vete al paraíso", yo pediría esta gracia: Señor, no me dejes ir al paraíso mientras el último de mis hijos, la última persona encomendada a mis cuidados sacer– dotales, no haya ido delante de mí". O estas otras palabras que dijo a Antonieta Pompilio: He hecho con el Señor el pacto de que, cuando mi alma se haya purificado en las llamas del purgatorio y se haya hecho digna de entrar en el cielo, yo me coloque a la puerta y no pase dentro hasta que no haya visto entrar al último de mis hijos e hijas. Con su oración, con los Grupos de oración, con el compromi– so de sus hijos espirituales, el P. Pío había llevado a cabo una parte -la más valiosa- de su altísima misión. Había llevado el mundo a Dios. Había aquietado un poco su deseo, que había nacido en su corazón ya desde los primeros años de sacerdocio: "el de querer encontrarme en medio de todos los hombres para proclamar en voz alta quién es este gran Dios de las misericordias". Cuando la muerte robe al mundo a este fraile, profesional de la oración, una voz autorizada dirá: "El P. Pío ha consolado y ha llevado a Dios innumerables almas". 294

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