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En conferencias comunitarias, tenidas de ordinario los jueves y domingos, el padre hablaba de las virtudes, de los vicios, de las debilidades que es preciso combatir, del bien que hemos de reali– zar. Exponía parábolas evangélicas. Exhortaba a la meditación diaria. Dictaba meditaciones sobre la pasión del Señor. Era un maestro de palabra sencilla, muy práctica, rico en experiencias , que buscaba la esencia de la vida cristiana. Espoleaba a la gene– rosidad , daba ánimos con su convicción y con su ejemplo. Insistía mucho sobre la obediencia, la confianza en el director espiritual, la frecuencia de sacramentos, la meditación y la mortificación. De las charlas en común pasaba a los encuentros privados, a los coloquios espirituales, unas veces con dulzura y otras con dureza, según las necesidades de las almas, interesándose no sólo por las cosas del espíritu, sino también por la vida con sus que– haceres, sus obligaciones, las relaciones familiares, dificultades y alegrías. El grupo fue creciendo. Al maestro espiritual le "robaban" también otras almas. Un día el padre manifestó a María Pompilio que serían muchas las almas que acudirían a él: -Vendrán muchas, muchas, muchas, pero mis brazos se ex– tenderán tanto, que llegarán a abrazar a todo el mundo. Hasta sus mismos directores espirituales, el P. Benito y el P. Agustín, se convirtieron en sus hijos espirituales, a la espera de sus consejos, de su palabra tranquilizadora, portadora de paz espiritual. No sólo esas almas ya comprometidas. También los peniten– tes, después de haber recibido la absolución, aprovechaban aque– lla ocasión para pedir al iluminado confesor soluciones a los problemas más diversos, una dirección espiritual, orientaciones para la vida y el apostolado. Con ello se hacían hijos suyos espirituales. El P. Pío sentía que los engendraba en Cristo, con el amor y con el dolor. Les guiaba como maestro , como padre. En manos de tan experto jardinero, florencían almas maravillosas. Por ejemplo María Gargani y los siervos de Dios Santiago Ga– glione y Genoveva de Troia. A muchos de sus hijos espirituales, desparramados por el mundo, en los primeros años - de 1914 a 1924-'-- para animarles e iluminarles, les escribía cartas, a veces largas, verdaderos trata– dos sobre los más variados temas espirituales. Otras veces eran muy breves, unos pensamientos de recuerdo. 291
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