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sensación de que Francisco golpeaba su cuerpo con un cordel de cáñamo. Don José Orlando, cura de Pietrelcina, reprendía a Francisco porque, en lugar de dormir en la cama, amorosamente preparada por su madre, dormía en el suelo, con una piedra por almohada. Eran ést·os los primeros pasos de Francisco en el camino de la penitencia, la propedéutica para aquella cruz que llevará sobre sus hombros mientras viva. Francisco contaba unos cinco años cuando "comenzaron tam– bién las apariciones diabólicas y durante casi veinte años fueron siempre en formas sumamente obscenas, humanas y sobre todo bestiales". Las vejaciones diabólicas - según algunas notas que nos quedan del P. Benito- comenzaron hacia los cuatro años. El diablo se presentaba en formas raramente obscenas, con fre– cuencia amenazadoras, horribles, espantosas. Era un tormento que, cuando era de noche, no le dejaba dormir. "Mi madre -lo recordaba el P. Pío- apagaba la luz y se ponían a mi lado muchos monstruos y yo lloraba; encendía la luz y yo callaba, porque los monstruos desaparecían. De nuevo la apagaba y otra vez me ponía a llorar por los monstruos". Don Nicolás Caruso añade: "Más de una vez Francisco me decía, cuando venía a la escuela, que al v_olver a casa encontraba en el umbral un hombre vestido de cura, que no le quería dejar pasar. Francisco se detenía; venía una criatura (quizá un chiquillo) des– calza, hacía la señal de la cruz, el cura desaparecía y Francisco entraba tranquilamente en casa. Son los primeros ataques claros del enemigo que, durante toda la vida de Francisco, pero sobre todo en los primeros dece– nios, le atacará ferozmente. Una muestra de esta incipiente ymisteriosa persecución, causa de interiores sufrimientos, aparece en los años escolares, a la vista del maestro Cáccavo, en una desagradable aventura. Bromas de sus compañeros de escuela: meten a escondidas en el bolso de la chaqueta de Francisco una cartita de amor, dirigida a una mu– chacha. Esa cartita la había escrito una chica de la escuela. Los compañeros, en clase, ponen todo su empeño en atraer la atención del maestro sobre aquel papel comprometedor. Ante las investi– gaciones del maestro, contra lo que dicen los compañeros que "Francisco hace el amor': él se declara inocente con absoluto 30
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