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13 REZABA YHACIA REZAR Un hombre que reza Entre las formas múltiples de designar al P. Pío, acaso la más representativa sería ésta: era un hombre de oración. Hay otros apelativos para denominarle -el estigmatizado de Pietre!cina, el crucificado del siglo XX , el confesor de San Giovanni Rotondo, el sacerdote de las misas interminables, el que durante medio siglo atrae y convierte a los hombres de todo el mundo, el conso– lador de los afligidos--. Pero el título más significativo es el que él mismo se puso, sin pretenderlo, cuando, hablando con Atilio Crepas, periodista de Stampa Sera, dijo que él no era más que "un sacerdote que reza". Entre los hosannas de hombres de todos los continentes que, a veces hasta con fanatismo o exageración, proclaman las cosas espectaculares que realiza aquel fraile, él, con humildad, con un pudor discreto, echa abajo las aclamaciones triunfalista y nos dice lo que le gustaría ser: -Sólo aspiro a ser un pobre fraile que reza. Resume su vida cuando en cierta ocasión escribe a uno de sus directores espirituales: "He rezado y quiero rezar". Para el P. Pío la oración es la clave de su existencia y la garantía de su misión. Es la actividad en que se ocupa de día y durante muchas horas de la noche. Es el cometido más personal y el que le atrae la admiración de todo el mundo. Es el hontanar de muchas alegrías y, al mismo tiempo, de hondos sufrimientos. En su reclinatorio o en el altar, en la iglesia o en la celda, cami– nando por los claustros o por los senderos del huerto de los capuchinos, con las manos recogidas o desgranando el rosario, su 275

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