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gración compromete. Aesa edad tiene experiencia de los primeros fenómenos carismáticos. Vive entre éxtasis y apariciones, que él no piensa ni que sea el único en sentirlos ni que sean algo extraor– dinario. Uno de sus directores espirituales, el capuchino P. Agustín de San Marcos in Lamis, no nos deja lugar a dudas: "Los éxtasis y las apariciones comenzaron a los cinco años de edad, cuando tuvo la idea y el sentimiento de consagrarse para siempre al Señor, y fueron continuos. Preguntado cómo era que los había silenciado durante tanto tiempo -hasta el año 1915- respondió ingenuamente que no los había comunicado a nadie por creer que se trataba de cosas que Dios concedía a todas las almas. Por eso un día me dijo con la mayor naturalidad: "¿ Y usted no ve a la Virgen?" Ante mi respuesta negativa añadió: "Eso lo dice usted por humildad': El otro director espiritual, el P. Benito de San Marcos in Lamis, precisa en unas notas que dejó: "Hacia los cinco años sintió la necesidad de entregarse por completo a Dios". Tenía cinco o seis años. En el altar mayor se le aparece el Corazón de Jesús. Hizo señal de que se acercase al altar y le puso la mano en la cabeza, indicando con ello que le complacía y que confirmaba el ofrecimiento que le había hecho al consagrarse a su amor. Sintió que era firme su decisión y que crecía el ardor de amarle y entregarse todo a El". Para cumplir este compromiso de consagración, el chiquillo se retiraba a un rincón de la iglesia, del campo o de su casa para orar. Aceptaba los sufrimientos y se imponía penitencias. Un día su madre le sorprendió -esto sucedió hacia los nueve o diez años- detrás de la cama, flagelando su cuerpo con una cadena de hierro. Le pidió que parase, pero él continuaba. Una vez su madre le preguntó: - "Pero, hijo mío, ¿por qué te maltratas de esa forma.? La cadena de hierro hace daño". Francisco dio esta explicación: -"Debo flagelarme como los judíos lo hicieron con Jesús hasta hacerle sangrar por las espaldas". Ubaldo Vecchiarino más de una vez, junto con otros compa– ñeros, espiaba por la ventana de la casa de los Forgione: tenía la 29
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