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gustaría hacer. Ante todo, me gustaría ser un rey religioso... Lucharía en primer lugar contra el divorcio, deseado por muchos malvados, y haría que el sacramento del matrimonio fuese muy respetado... Procuraría hacer ilustre mi nombre caminando siem– pre por el camino del verdadero cristiano; ay de aquellos que no quisieran seguirlo. Los castigaría inmediatamente, bien sea con la cárcel, con el destierro y hasta con la muerte... Durante mi reina– do no haría otra cosa que andar de provincia en provincia, para mejorar la administración y dejar por todas partes memoria mía con egregios monumentos, con puertas, calles, circos, bibliotecas, estatutas, teatros, etc. Me mostraría afable, bondadoso, cumpli– dor de las leyes, viviría como un simple ciudadano, daría audien– cia a todos, vestiría corrie"ntemente, usando trajes confeccionados en casa por las mujeres. Daría acogida en mi corte a los mejores escritores, pagaría bien a los maestros de retórica, favorecería las artes... " Esa página de redacción nos revela un temperamento religio– so, combativo, severamente exigente, nada blando, más bien am– bicioso, afablemente democrático, amante de la sencillez y de la cultura. Con su esfuerzo en los estudios se preparó para los exámenes de tercero de bachillerato. Más tarde vería realizarse lo que había deseado desde siempre: ser fraile. "El año que viene, si Dios quiere -escribía el 5 de octubre de 1901 a su padre en América-, diré adiós a todas las fiestas y diversiones, porque abandonaré esta vida para abrazar otra mejor". Nos quedan, de estos quince primeros años de vida pasados en la tranquila Pietrelcina, tres hechos de gran importancia, por– que son un anuncio del camino que recorrerá durante toda su vida y hasta el momento de su muerte. Parecen un estribillo que se repite una y otra vez. Consagración, sufrimiento e intercesión Hacia el año 1892, cuando Francisco cuenta solamente cinco años, piensa, en un impulso inconcebibl;a esa edad, consagrarse al Señor de por vida. Quizá no se daba cuenta de que una consa- 28