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verdad es que la mole blanca de la Casa sobre la montaña, un tiempo inhóspita, tiene una belleza de cuento de hadas. El día de la inauguración el P. Pío hizo esta presentación de la Casa: "Esta es la criatura que la Providencia... ha creado". Diez años más tarde volverá .sobre la misma idea: "la obra de la Divina Providencia". El día del Corpus de 1956, en el libro de visitantes ilustres de la Casa, el padre dejó escrito: "Vine, vi y exclamé: bendito sea el Señor, el único que hace cosas grandes y admirables". Esta obra de la Providencia, tenida como imposible, cuando se vio que surgía imponente - como una mancha blanca en el flanco ferruginoso del Gargano-- fue saludada como el milagro realizado por la caridad. "Aquí está Dios", afirmó el Cardenal Lercaro. La casa llevaba el sello de Dios y el de la caridad. El 14 de enero de 1940, el doctor Sanvico preguntó qué nom– bre había de llevar el hospital. El padre respondió sin titubeo: Casa de Alivio del Sufrimiento. Por tanto y a sabiendas, ni hospital, ni clínica, ni instituto, sino Casa. En ella, el que sufre tiene derecho a vivir allí como en un ambiente familiar, como en su propia casa, con toda comodi– dad. Casa no "de salud" en sentido exclusivo, sino Casa "de alivio", en sentido absoluto. Cuerpos y almas Al inaugurar la casa, el P. Pío la declaró "en favor de las almas y de los cuerpos enfermos". En mayo de 1957, cuando la Casa cumplía su primer año de vida, el fundador precisó que debía tener una fisonomía que inspirase amor, bosquejada por los mismos enfermos: "Esta obra, si fuese sólo para aliviar los cuerpos, no pasaría de ser una clínica modelo, levantada con la aportación de vuestra caridad, extraordinariamente generosa. Pero fue estimulad.a, apremiada para que fuera reclamo para amar a Dios, mediante el reclamo de la caridad. El que sufre debe vivir en ella el amor de Dios por medio de una inteligente aceptación de sus dolores, de la serena meditación de que su destino es Dios. 263

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