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e indiscretas devociones". Sobre la confesión de mujeres, el con– sejo es éste: "Vaya lo menos que pueda". Un segundo "firme deseo" del P. Bernardo: "Después de haber confesado, no se pare nunca a hablar con las mismas personas confesadas, ni en el confesonario ni fuera del confesonario, sino que inmediatamente vaya a su celda... Terminada la santa misa y dejados los ornamentos, sin pararse a hablar con nadie, sin dar la mano a besar a nadie, vaya al coro a la acción de gracias". Todo esto para cortar, por parte de los que frecuentan la iglesia o el confesonario del P. Pío, el envío de cartas anónimas a la curia episcopal de Manfredonia, "nada respetuosas con la autoridad". El P. Bernardo pone en guardia, porque hay quien "anota punto por punto todo lo que sucede en esta nuestra iglesia y lugares cercanos y se lo cuenta luego todo al arzobispo de Manfredonia y éste -a su vez- al Santo Oficio". Alude también al inminente envío de "un pliego" de Manfredonia a Roma. La segunda carta del P. Bernardo al P. Pío es del 16 de mayo de 1926. El superior le sugiere la necesidad de "alejar un poco de cuando en cuando algunos penitentes (y da nombres y apellidos) que se acercan a él .con mucha frecuencia, alguna a diario, para hablarle, sea en el confesonario o fuera de él, y después "se lo cuentan todo a las amigas". Tal alejamiento lo juzga necesario, "si quiere disfrutar de un poco de paz y hacer que la disfruten los demás religiosos, que viven con usted y que tanto le quieren". Invita a cortar una costumbre "que desdice mucho": "las devotas de siempre... antes de salir de la iglesia, se van al confesonario, ... y, retirada la cortinilla, le besan la mano". En estas medidas del superior provincial se trasluce el amor hacia el pobre P. Pío y se indican algunas normas concretas de conducta que podían ser mal interpretadas y que, referidas a la suprema autoridad eclesiástica, podían provocar serias órdenes humillantes . Al superior provincial le preocupaba el cortar hasta las muestras más inocentes, hijas de una legítima veneración y confianza en un sacerdote que llevaba los estigmas y que dirigía luminosamente las almas. Todo ello por la paz del P. Pío y para tapar la boca a habladurías e interpretaciones nada agradables. Además de los religiosos de su convento y de su provincia religiosa de Foggia -resultaría demasiado largo enumerar nom– bres- , hubo también otros capuchinos que se movieron en de– fensa de su inocencia, sometida a penosas intervenciones de la 243
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