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absoluta. Oía en el fondo del alma un eco que parecía decirme: estás perdido para siempre. Piensa que quedarás para siempre destruido por este infierno del que no volverás a salir. Maldícelo todo, porque ese todo está y estará siempre en contra tuya". Las palabras de Jesús - que el padre precisa como "con un acento muy dulce, muy penetrante y con autoridad"- encendie– ron en él "la esperanza de no desesperar". Los superiores capuchinos hicieron sentir al P. Pío, en la prueba, su afecto humano y cristiano. Por ejemplo, el superior general, P. José Antonio de San Juan en Persiceto, ante la insis– tencia de las supremas autoridades romanas para el traslado del P. Pío, le escribía en aquellos momentos difíciles para él y para los mismos superiores: "No se me ocultan las graves dificultades que se oponen al cumplimiento de lo que te ha sido indicado: trabaja por vencer esas dificultades; reza mucho para que no suceda nada de lo que algunos temen. Se trata de cumplir la santísima voluntad de Dios. El demonio le fue siempre contrario y también ahora la querría impedir. Tú procede en nombre de Dios". En la primera quincena de junio de 1935, el superior general, P. Virgilio de Valstagna, fue a visitar a los frailes de San Giovanni Rotondo. El P. Pío, con el que estuvo largo rato , salió de la audiencia del general "calmado, sereno, tranquilo, como un niño" y, en la comida, el mismo superior le pasó su postre de dulce. Nos limitamos a dos cartas del P. Bernardo de Alpicella, comisario general de los capuchinos de Foggia, escritas al P. Pío mientras estaban en vigor las prescripciones del S. Oficio. La primera es del 22 de abril de 1925. El P. Bernardo prescribe algunas medidas disciplinares espontáneamente, antes que vengan impuestas de arriba. Le dice así: "Obedezca como siempre, sin ninguna epiqueya a estas ordenaciones y le aseguro que hará cosa muy agradable a los superiores y muy útil a toda la Orden. Crea, carísimo padre, que Dios le ama". Da algunas prescripciones, porque "interesa a la Orden llegar cuanto antes a la sistematiza– ción definitiva de esta situación anormal". El firme deseo del P. Bernardo es: "No se presente más a ninguna persona que espe– re para hablarle- en la sacristía, hospedería o en el pasillo que va a la hospedería". Esto, para personas que vengan de lejos y, a fortiori, para mujeres de San Giovanni Rotondo y pueblos limí– trofes, que traen consigo un mundo peligroso con sus "excesivas 242

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