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Como llegó a decir la señora Pepa: "A medida que iba cre– ciendo, no se veía en él faltas ni caprichos, obediente siempre al padre y a mí. Mañana y tarde se iba a la iglesia a visitar al Señor y a la Virgen, como él decía. Nunca salía durante el día a hacer diabluras con los otros chicos. Yo alguna vez le decía: 'Franci, sal un poco ajugai' con los compañeros:· pero él se negaba, diciendo: 'No quiero ir, que blasfeman ' ". Si hacemos caso de lo que cuentan de él sus vecinos y cono– cidos, el niño Francisco Forgione presenta un perfil preciso: es silencioso, tranquilo, alejado de compañeros y juegos sin llegar a huraño, taciturno sin llegar a esquivo, sumamente reservado. "Gustaba apartarse de los demás y muchas veces, estando en el pueblo, iba a recogerse a la iglesia de San Pío, mártir, y allí se daba a la oración; y al concluir ésta se sentaba encima de una piedra y allí seguía rezando, hasta que le iba a llamar la madre". "Cuando tenía de nueve a once años -cuenta una vecina de su misma edad-- jugaba poco y leía libros piadosos. Oía misa y, de mutuo acuerdo con el sacristán, el tío Miguel, se encerraba en la iglesia, rogándole que no dijese nada a nadie, y le señalaba la hora en que le tenía que abrir". Un día, wando Francisco ya era mayorcito, sus padres le confiaron dos ovejas para que las cuidase y las llevase a pastar a la Campa Romana o a Santa Bárbara o a cualquier otro sitio. Nuestro pastorcito tenía un compañero, otro zagalejo -Luis Orlando- que sólo cuidaba una oveja. Mientras las ovejas pa– cían, los muchachos bromeaban e incluso luchaban entre sí para ver cuál tenía más fuerza. "Francisco me podía casi siempre, porque me llevaba tres años. Un día, cuando luchábamos, caímos al suelo y yo estaba boca arriba en tierra. Fueron vanos mis esfuerzos por ponerme yo encima y en ese forcejeo se me escapó una palabrota. La reacción de Francisco fue inmediata: me soltó, se puso de pie y escapó como una centella, porque él jamás dijo una palabrota ni quería oírla. Por eso rehuía la compañía de los que tenían costumbre de hablar mal, de mentir, de los que no eran muchachos buenos y como debían ser". Al llegar las navidades Francisco -lo mismo que otros chicos de familias cristianas- andaba ya preparando el nacimiento. Con barro hacía los pastores. Todo lo tenía dispuesto dentro de un pequeño nicho rectangular, excavado en una pared de la casa. A aquel sencillo nacimiento, ya listo, le faltaban las luces. Los 23
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