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ría el actual escudo de Pietrelcina, con fondo azul y doce ángulos, ceñido por una corona baronal: una encina que brota de las rocas, en torno a la cual se enrosca una serpiente, la cual mira hacia un sol radiante. Los habitantes aun hoy son llamados pucinari (pequeños), de Pietra Pulcina o Pietra Pucina, o sea pequeña, para distinguirla la Pietra Maiore, o piedra grande, junto al río Támmaro, en el campo de San Jorge la Molara, destruida en el terremoto de 1456. Desde el castillo, el Morgione, enorme mole de roca de color oscuro, que se precipita desde 100 metros sobre el torrente Pan– taniello, se extiende la población, con sus calles. La parte antigua está en el barrio alto, junto al castillo afincado en la roca. Las callejuelas, estrechas y tortuosas, están empedradas con guijarros y las casas están adheridas a la roca viva con cal gruesa, sin revocar, mostrando piedras toscas, morrillos, anchas grietas y algunos ventanucos. Haciendo contraste con la rudeza de la roca y de las casas, ferrosas por el paso de los siglos, en torno a la ciudad, más allá de las calles abigarradas, se abre un paisaje de verdor. Los campos muestran un verde de olivos, de olmos, de encinas, de árboles frutales, lo que indica que el pueblo es agricultor y laboriosos sus habitantes. Basta verlos para percatarse de que los de Pietrelcina son gentes bronceadas por el sol meridional, azotadas por los vientos helados del invierno, enjutos de cuerpo y como hechos de madera. Es gente que reparte el año en sembrar y recoger. Providencia y sudores aseguran el grano, el maíz, las legum– bres, el vino y el aceite. Abundan pastizales y encinares. No hay vida pastoril y no falta un cierto aire festivo en el trabajo agrícola de la siembra, la siega, la vendimia y la recogida de las aceitunas y de las típicas alcachofas, bellas y carnosas. Aislados por las montañas, pero con horizontes abiertos, los pietrelcineses "efervescentes como el vino de las colinas" y cince– lados por la casta austeridad, se muestran reciamente afincados a su tierra, amada aunque ingrata, generosa, si bien rocosa. Del viejo Morgione y del ondulado paisaje agrario parece que hayan heredado timidez y al mismo tiempo carácter expansivo, propen– sión al contraste y facilidad para la serenidad, la cordialidad, la generosidad, la quietud y la combatividad. Son quisquillosos y de buen temperamento. Poseen una exuberancia tan desbordante, 19

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