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la Sagrada Comunión, volvía a desandar los kilómetros que mediaban entre ambos pueblos y estaba en casa a la hora de salir con los suyos a las faenas del campo. Cuando el Señor llama. La vida de piedad espontánea, sincera y asiduamente cultivada, y la obra del Espíritu Santo, huésped perma– nente de su corazón juvenil, permitieron a Clotilde ver pronto y muy claro su futuro. Este no estaba en el pueblo, ni en las tierras ni en la constitución de una familia como deseaban la mayoría de sus amigas. Tenía 24 años y estaba en la plenitud de su vitalidad y atractivo. Como ya indicamos, era de estatura más bien alta, fuerte, de tez blanca fresca y agraciada, sin ser una belleza. Quizás lo que despertaba mayor admiración en los del pueblo era su personalidad y dinamismo. Atraídos por su físico y valores morales hubo varios jóvenes que pretendieron salir con ella en plan de novios, pero a todos les daba la misma respuesta, delicada pero defini– tiva: "el matrimonio no entra en mis planes de futuro". A medida que pasaba el tiempo, sentía con más apremio dar una solución concreta y definitiva a su consagración total al Señor. A veces, le parecía que estaba haciendo oídos sordos a sus voces; por otra parte las jóvenes de su edad, las amigas con las que habitualmente salía, sin animosidad o falta de aprecio, la dejaban sola en las tardes de los do– mingos, porque se iban con sus novios o al baile, cosas que para ella no tenían sentido ni atractivo alguno. Clotilde vivió una temporada bastante angustiada y tensa. En el pue– blo no era fácil encontrar la persona idónea que le ayudara a resolver su problema. En su oración de aquella época predominaban las peticiones de iluminación, hacía ardientes súplicas a Jesús y a la Señora por la que sentía un cariño entrañable para que se hiciera la ansiada luz en su vida. El cielo no permitió que el corazón de Clotilde viviera mucho tiempo atormentado por la incertidumbre. Le vino la luz a través del sacerdote de Nava de los Caballeros, a donde ella se había desplazado -como vimos- en los meses en que la iglesia de Valdealcón estuvo cerrada. Clo– tilde hizo un viaje exprofeso para comentar su situación de incertidumbre e impotencia con D. Manuel Zapico, era el nombre del sacerdote de Nava. El Sr. Cura quizás ya había vislumbrado algunos signos de voca- 95

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