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El siete de noviembre de 1932, Sor Guadalupe emitió sus votos per– petuos. Pocos años pudo disfrutar de la paz y felicidad de su querido mo– nasterio, sólo cuatro años escasos. Sus relaciones con la Madre y hermanas fueron siempre las mismas llenas de humildad, confianza fraterna y espíritu de servicio. Pero las tareas que se la encomendaban, por ser ya de votos solemnes eran más importantes y como primera responsable. Había una tarea que tenía casi la exclusiva. La Abadesa se la reser– vaba siempre. Ocurría cuando había que pintar o hacer arreglos en las habitaciones o pasillos, los techos de los mismos eran más altos que lo normal, por este motivo la pintura de los mismos se reservaban siempre para Sor Guadalupe porque era la más alta de la comunidad. Sin pre– tenderlo, Sor Guadalupe, convertía su trabajo de pintora en un espectá– culo para sus compañeras, estas disfrutaban contemplando el remango con que realizaba su trabajo. Pocos meses después de la profesión solemne, se le confió el oficio de segunda tornera. Sor Guadalupe demostró, de manera sorprendente, su madurez personal que acaso disimulaba algo con sus formas de actuar en apariencia adolescentes. Ante los que llamaban al torno sabía presen– tarse con mucha delicadeza y sabía combinar la seriedad y recato de la religiosa con el mucho interés que manifestaba por las cosas y problemas, sobre todo de los pobres. Todas las religiosas sabían inmediatamente cuando Sor Guadalupe estaba de servicio en el torno. Cuando un seglar pasaba a clausura, para prestar determinados servicios que no podían realizar las monjas: albañi– les, carpinteros, electricistas etc. La tornera debía advertirlo a la comuni– dad con un repique de campanilla para que las religiosas evitaran ser vistas por los obreros. Cuando este repique lo hacía Sor Mª Guadalupe se no– taba enseguida, eran siempre repiques, nerviosos, fuertes y más largos. Después de la portería, a Sor Guadalupe se le confiaron los servicios de enfermera. Con las enfermas empleó a fondo todos los recursos, que eran muchos, para hacerles más suaves y llevaderas las molestias de la enfermedad. Ponía en la atención de las enfermas toda su capacidad de cariño y de delicadeza para no lastimarlas en las curas y lo hacía con tanta naturalidad que parecía inmune a la repugnancia que provoca la 90

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