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por su edad y porque no estaba acostumbrada, pero ella jamás se per– mitió otra postura distinta de la que adoptaba el resto de la comunidad. Había un gesto en Sor Guadalupe que llamaba especialmente la atención, se daba en las fiestas cuando la comunidad usaba el manto para asistir a los actos de coro. En los momentos en que las religiosas es– taban de rodillas, Sor Guadalupe extendía su amplio manto azul como si fuera el manto de armiño de una reina. A veces las religiosas le pregun– taban por qué lo hacía y la contestación era siempre la misma: "Es como una necesidad que siento de agradecer al Señor el ser concep– cionista y estar ataviada con este manto tan bonito" . A las compañeras llamaba también la atención un montón de cosas de la nueva religiosa: con la M. Maestra se portaba con la sencillez, la es– pontaneidad y la deliciosa confianza de una adolescente . Resultaba cu– rioso y sorprendente ver a una joven, toda una mujer de treinta y seis años, de estatura más alta que la media, con su buena cultura y sus pa– sado de señora, echada a los pies de la M. Maestra, con actitudes de chi– quilla y hacerla estas o parecidas peticiones: "Madre, hábleme de Dios y dígame muchas cosas de Jesús". El mismo estilo de sencillez, confianza y ganas de agradar adoptaba con sus compañeras: "En el trato con las religiosas -escribe Sor María del Rosario- se la veía con grandes deseos de darnos gusto y pendiente siempre de lo que quisiéramos mandarle y esto lo hacía con las mayores y con las más jóvenes. Esta virtud era muy característica de ella y la ejercía en las mil ocasiones que ocurren diariamente en comunidad, para todo y para todas la teníamos a nuestra disposición. Por otra parte, realizaba estos servicios con las hermanas de un modo tan agradable, espontá– neo y gracioso que no se podía presumir segundas intenciones. Además observó este trato con nosotras en todos los años de su vida religiosa, de novicia y de profesa". Completaba este comportamiento tan extraordinariamente cariñoso, humilde y agradable con las religiosas, con su forma original de restable– cer las buenas relaciones cuando había tenido algún pequeño roce o ten– sión, con alguna de las hermanas, cosa nada extraña en jóvenes de genio vivo y no muy sobrantes de equilibrio personal: 88

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