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años vivió el marido, pero no debieron ser muchos, porque el párroco de Covadonga cuando certifica sobre su comportamiento antes del in– greso en el convento, da a entender que vivió varios años de viuda e in– gresó en el monasterio cuando tenía 36 años. Desde que se casó vivió en su propio domicilio de la calle Sagasti, 25 . María de las Nieves solicitó el ingreso el 26 de septiembre de 1927 Su petición iba acompañada de una carta del párroco de la Iglesia de Covadonga, su parroquia. En dicha carta se certifica que "la Sra. María de las Nieves, mi feligresa, ha observado una conducta intacha– ble -religiosa y moral- en sus años de viuda desde que murió su marido". Empezó el noviciado con la toma de hábito el 2 de enero de 1928. Fue admitida al Noviciado por la Madre Mª de la Concepción, ofició en la ceremonia el P Sierra Franciscano, cambió su nombre de Bautismo Mª de las Nieves por el de Sor Mª Guadalupe de la Ascensión. Se incorporó a la Orden de Santa Beatriz de Silva por los votos sim– ples el 7 de enero de 1928. Las religiosas que participaron en la ceremo– nia de su consagración a Dios resaltan el impacto extraordinario que produjo en los asistentes el comportamiento de la nueva religiosa. Sor Guadalupe era alta, esbelta, de rostro agraciado, en aquellos momentos vivamente encendido, por la emoción, pronunció las palabras de su con– sagración personal, dándolas un tono de aplomo, pero, al mismo tiempo, de gozo y satisfacción propio de alguien que ha logrado abrirse las puer– tas a la vida largamente perseguida y deseada. Señor iqué bueno es estar aquí! Lo primero que llamaba gra– tamente la atención a la comunidad en el comportamiento de Sor María de Guadalupe durante todo el noviciado y de recién profesa era su gozo incontenible, su emoción, por ser monja y monja concepcionista. Su pre– sencia en el monasterio, fue como una brisa confortante que, sin preten– derlo, contagió a las compañeras que se sintieron con ilusión rejuvenecida para servir al Señor con espíritu, más voluntarioso y decidido. Era la primera en el coro donde se la veía siempre recogida y a lo suyo. Las monjas sabían que para ella el estar de rodillas, era un martirio 87
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