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se clausuraron por mucho tiempo los "festivales" en el monasterio de san José, tres días después se verían obligadas a abandonar definitivamente el convento. Las mismas jóvenes que actuaron en el cuadro escénico -algu– nas supervivientes- reconocen que resultó muy bien y causó profundo im– pacto en la comunidad. Aplaudieron agradecidas a las actrices, pero luego, lo notaron ellas mismas, se hizo un silencioso embarazoso y pesado. Ten– drían que haber sido muy superficiales, cosa que hay que descartar abso– lutamente, para que no vieran un montón de semejanzas entre la existencia de Santa Inés antes del martirio, acosada por los enemigos de la religión y su propia situación objeto de una persecución implacable. Maestra de novicias. La descripción que acabamos de hacer de las extraordinarias cualidades humanas y artísticas de Sor Mª del Sacra– mento puede prestarse a equívoco, sucede con alguna frecuencia que la religiosa demasiado volcada en actividades humanas suele tener algo aparcadas sus preocupaciones por la santidad. No es nuestro caso. Vaya por delante el testimonio de una de las que convivieron con ella y tuvo oportunidad de observarla de cerca, día a día, como alumna: "En su piedad, en los nueve años que conviví con ella -el testi– monio es de Sor Mª del Rosario- me convencí de que era alma de gran vida interior, se la veía siempre recogida y silenciosa. Fuera de los recreos y de las horas que ensayaba o daba las clases, no hablaba nunca en horas de silencio, si no era preciso y por caridad. Cuando la encontrábamos por los pasillos, se limitaba a saludarnos siempre con una dulce sonrisa llena de amabili– dad. Verdaderamente -esta religiosa- reflejaba en su porte que estaba siempre en la presencia de Dios, en las clases de música aprovechaba siempre cualquier detalle para llevarnos a Dios". Entre las devociones por las que sentía un amor especial y entrañable estaban según este orden: La Virgen, Santa Beatriz, y San Francisco -con este Santo confesaba que tenía "puchero aparte". No podía disimular su preferencia por estos tres santos, en sus fiestas se la veía especialmente ale– gre y preparaba todo: las eucaristías, el adorno del convento, con especial interés y hasta en su rostro reflejaba la ilusión y el gozo del corazón. 78
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