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cianas son simplemente seres inútiles y lastre de la sociedad. Por eso de forma cada vez más generalizada se les relega a ghetos, separados de la gente, se procura que tengan cubiertas todas las necesidades materiales, pero estos enfermos y ancianos viven, la mayoría, hambrientos de cariño y de trato humano. Hoy sólo se valora la salud, la eficacia y la producti– vidad. La existencia de Sor Mª de la Asunción sometida a sufrimiento es– pantosos, pero vivida como ofrenda amorosa al Señor fue de una riqueza y valía sorprendentes. Porque a la luz de la fe, los hombres y las mujeres no somos solamente individuos, somos personas, que podemos transfor– mar el sufrimiento y la impotencia, en abundantes fuentes de santidad y de expiación por los pecados de los hombres. Nacimiento y primeros años. Anaya es la típica aldea de la pa– ramera castellana, de casas de adobe sin lucir y de planta, arracimadas en torno de la airosa y protectora espadaña parroquial. La proximidad al Guadarrama permite a los labradores de Anaya cultivar y regar sus huertos con las aguas de la sierra, traídas por el río Moros y de esa ma– nera rompen la monótona y hosca planicie con el verdor alegre y suave de sus hortalizas y frutales. En la quietud monótona y labradora de este pueblecito segoviano, nació el 20 de septiembre de 1864, la que de reli– giosa conocemos con el nombre de Sor María de la Asunción. Sus padres, Gaspar Monedero y Valentina de la Calle, formaban un matrimonio profundamente religioso, "casado y velado," en la parroquia de Santiago Apóstol de Anaya. Para Gaspar eran las terceras nupcias por la muerte de sus dos anteriores esposas. Fieles a la tradición generalizada en Castilla, de cristianar a los hijos "lo antes posible", para que "cuanto antes" fueran hijos de Dios, a los tres días del nacimiento, -23 IX 1864- rodeados de los familiares y la mayor parte del pueblo, presentaron go– zosos a su hija, en la parroquia del pueblo para que su párroco, D. Ma– nuel Sanz, derramara sobre ella las aguas regeneradoras del bautismo. Actuó de padrino D. Joaquín Gutiérrez, casado y vecino del pueblo. Es extraño que la partida no mencione a la madrina que tenía en el Bau– tismo de entonces un papel más importante que el padrino. En la cere– monia se impuso a la niña el nombre de Eustaquia Monedero de la Calle. 66
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