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las normas de la Institución no contemplaban que, por ese motivo, se quebrantara la clausura; no podía por tanto conceder la salida de clau– sura a su hija. La Madre, sin embargo, se dio cuenta de que a los familiares de la religiosa les resultaría muy duro aceptar la prohibición. Un poco en com– pensación por no podérselo autorizar, les prometió que la corona blanca adornada con guirnaldas, que utilizara la religiosa en la emisión de los votos solemnes, se la enviaría a la familia para que la guardara como bo– nito recuerdo de aquel día. Con ello suavizó en parte en los familiares, la negativa recibida. La ternura y solicitud de la Madre Carmen, se volcaba especial– mente con las enfermas. Había dos religiosas al servicio de la enfermería, y la Madre las dispensaba de todo acto de comunidad que pudiera im– pedirlas atender debidamente a las enfermas en todas sus cosas. Contamos estos casos, con la finalidad que sugerimos antes, de que no se nos identifique a la M. Carmen con las clásicas superioras que son del agrado de la comunidad; porque lo permiten y toleran todo, con evi– dente detrimento de la disciplina y de la vida interior en las religiosas o, por el contrario, se la tache de excesivamente rígida. Aunque sea adelantar acontecimientos, la anécdota que damos a continuación, expresa casi de manera sobrecogedora el grado de entrega y amor de la M. Carmen por sus religiosas. Perfectamente podemos afir– mar que llegó a la expresión máxima del amor según el Evangelio: "nadie tiene mayor amor por el hermano que aquel que da la vida por él". La M. Carmen dio voluntariamente la vida por sus hijas, tuvo oportunidad de evitar la muerte y no la aprovechó para no abandonar a sus religiosas. Nos lo cuentan las supervivientes: "Dos religiosas que estaban alo– jadas en casa de la hermana seglar de una de ellas, el último día que visitaron a la Comunidad recluida en el piso de Manuel Silvela -el mismo día que las sacaron para el martirio- insistieron a la madre para que fuera con ellas y de esta manera se salvaría de una muerte segura. A todos los ruegos que la hicieron las re– ligiosas, la Madre Carmen dio siempre la misma contestación "de ninguna manera dejo a la Comunidad y sobre todo a las queridas enfermas". 56

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