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Había casos en que de manera un tanto disimulada trataba de quitar en sus novicias sus hábitos miedosos y asustadizos. Una de las exnovicias cuenta la siguiente anécdota, muy significativa, en esta materia. Falleció una de las religiosas y la superiora encargó a la M. Maestra que con algunas novicias se encargara de preparar la capilla ardiente. Ello suponía que las novicias tendrían que lavar el cadáver y hacer todo lo que fuera necesario. Para que todas pasaran por la prueba, cuando terminaron las pri– meras de arreglar a la difunta y se retiraron a sus habitaciones o trabajos, la M. Maestra encargó a las que no habían estado depositando a la her– mana fallecida en el ataúd que fueran de cuando en cuando y durante la noche a ver si continuaban encendidas las velas que se habían puesto. No hay duda que la Maestra aprovechó este servicio fraterno con la her– mana fallecida, para quitar en sus novicias el excesivo miedo a los muer– tos. La misma novicia que lo cuenta, dice que ella antes sentía mucho miedo de ver o quedarse sola con los muertos, pero que desde ese día los veía con más naturalidad. Citamos aún otro caso para ver cómo la M. Carmen, recia de tem– ple, sabía tener el aguante necesario para afrontar cualquier situación en que necesitara buena dosis de comprensión con sus novicias. Una de las novicias, después de haber hecho una labor de costura con el máximo interés, no le salió con la perfección que ella quería y fue a la habitación de la Maestra enfadada consigo misma y casi llorosa. La M. Carmen, con mucha paciencia, ayudó a rehacer el trabajo, pero al mismo tiempo y con mucha suavidad, hizo ver a la novicia que su reacción no era adecuada en una religiosa o quien se preparaba para serlo; que muchas veces reaccionamos con esa tristeza y malhumor porque no hacemos las cosas única y exclusivamente por Dios, sino que nos buscamos un poco a nosotros mismos o la alabanza de los demás. Y la decepción por no con– seguir esos resultados humanos es causa de sufrimiento inútil. 50