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Trataba, en primer lugar de hacerlas mujeres, les ayudaba a despojarse de esos hábitos residuales de niñas o adolescentes asustadizas, remilgadas o caprichosas. Con mucho cariño y suavidad, no exentos de exigencia, urgía puntualidad a los actos. Para estimularlas en la diligencia, solía decirles que "en los lugares de trabajo o de rezo hay siempre un ángel con una corona que deposita en la cabeza de la primera que llega". Era también muy cuidadosa de que las relaciones entre las jóve– nes novicias y postulantes fueran respetuosas, delicadas y cariñosas. Desterraba las expresiones de mal gusto que a veces traían las jóvenes de los pueblos. No permitía que alguna se hiciese la graciosa a costa de ser pesada o lastimar a alguna de las compañeras; enseñaba a do– minarse a las que eran de reacciones excesivamente vivas o querían llevar siempre la voz cantante con su facilidad de palabra. Pero, como insisten las que hicieron el noviciado con ella, jamás tuvo ramalazo al– guno de autoritarismo o reprensión áspera que pudiera humillar nega– tivamente a las interesadas. Para demostrar el buen hacer, en el trato personal de la M. Carmen puede servir la siguiente anécdota, contada por una de sus novicias. Un año tuvieron en la huerta del convento cosecha muy abundante de cebollas. Había una novicia que, por lo visto, le gustaban mucho, y pidió a la Madre que le permitiera llevarse una al comedor. La Madre, como es lógico, no se lo permitió. Le dio primero la razón oficial, las normas del Instituto prohibían a las religiosas conser– var alimento alguno y a título personal en los cajones de la mesa del comedor. Pero la M. Carmen no terminó aquí la conversación con la novicia. Aprovechó la ocasión para hacerla ver qué agradable resul– taría al Señor si, prescindiendo de que estuviera prohibido, le hiciera la ofrenda de renunciar, por su amor, a la satisfacción de comerse una cebolla que tanto le apetecía. Insistía mucho también en que las novicias transformasen las nor– mas frías de las Constituciones o del Manual en algo suyo, haciéndolas objeto de ofrenda personal al Señor, porque, en este caso, todos sus actos tenían mayor carga de amor y de agrado para el Señor. 49
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