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En efecto, el Espíritu Santo había iniciado su labor callada, mis– teriosa pero eficaz en las profundidades del alma adolescente de Isabel. Sólo eran necesarios espíritu de fe y capacidad de observación para comprobarlo. Su vida cada vez más intensa de piedad e inclinación por las cosas de Dios, el comportamiento tan diferente al de sus com– pañeras de los mismos años que la hacía mirar con cierta indiferencia lo que para las compañeras de su edad era causa de enorme ilusión, como arreglarse y salir con chicos. Este estilo de vida era señal de que alguien dirigía los hilos de su vida hacia un estado diferente al de for– mar una familia y aceptar la vida monótona y anodina del pueblo. Y lo que todos consideraban probable sucedió. En torno a los die– ciocho años, Isabel manifestó a su madre que deseaba ser religiosa. Es interesante que paremos la atención ahora en una circunstancia que con toda seguridad influyó poderosamente en la vocación de Isabel. El autor principal de la vocación de Isabel fue, como en todas, el Espíritu Santo. Pero este huésped y obrero divino encontró su labor muy facilitada por el ambiente religioso que rodeada a nuestra futura monja. Nació y creció en un hogar profundamente religioso, en el que la religión era considerada como el legado más valioso transmitido de padres a hijos. Estaba presente y empapaba todo el entramado de la vida familiar. Los actos de piedad nunca se cuestionaban. Hay un detalle muy significativo que demuestra hasta qué punto en la familia Lacaba-Andía era importante la religión y sus repercusiones en la vida diaria. El padre de Isabel, con su mujer e hijos, leía y comentaba, el día anterior, las lecturas de la Misa dominical y de las fiestas, por el fa– moso libro "Áncora". Recordemos que en aquellos tempos las misas se celebraban en latín y de espaldas al pueblo; por tanto, si los fieles querían enterarse del contenido de las lecturas que se hacían en la Misa, había que ayudarse de los pocos libros que había entonces, misales, en que se traducían las lecturas del latín al castellano. En casa de Isabel se bendecía la mesa antes de comer, se rezaba el rosario, se invocaba a la Virgen todos los días con el rezo del "Ángelus" y nadie se tomaba el necesario descanso sin rezar sus oraciones. 41

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