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marrones avellana que llamaban la atención. Quizás todas estas cualida– des físicas hacían más impacto en los demás, por su manera de ser sen– cilla y su trato modesto y comunicativo. Según hemos podido saber, de niña, y antes de que sintiera fuerte su inclinación a la vida religiosa, Isabel se mezclaba en los juegos de chi– cos y chicas siempre que fueran limpios y no hubiera segundas intencio– nes; pero cuando llegó a la adolescencia rechazaba los noviazgos precoces o amistades y tratos aparte con los chicos, aunque recibía cons– tantes peticiones en ese sentido. De la belleza y buena planta de Isabel hablan también las mismas monjas, dicen de ella que era "guapa y buena moza", aunque las que mencionan este detalle la conocieron cuando llevaba ya bastantes años en el convento. Los tres últimos años de su estancia en Borja, Isabel trabajó para una familia que poseía una torre-chalé de una estructura arquitectónica especial, a dos o tres kilómetros de Borja. Debía emplear tres cuartos de hora para ir y otros tantos para regresar a casa. Los amos estaban en– cantados por su puntualidad, capacidad de trabajo, el interés que ponían en él, su responsabilidad y el trato suave, espontáneo y dócil. De este tiempo conservamos una anécdota donde nuestra biogra– fiada refleja su conciencia exquisitamente delicada. A veces, en determi– nadas épocas del año, las faenas de la torre eran excesivas, no disponía de tiempo para realizar todo su trabajo. Para estas ocasiones y por indi– cación de los señores, podía recurrir a la ayuda de su hermana Simeona, bastante más joven que ella. Algunos trabajos extraordinarios, consistían en recoger la fruta de los numerosos frutales que rodeaban la torre. Su hermana, por ser casi una niña y de manera espontánea, al mismo tiempo que atropaba la fruta , comía algunas de las peras o manzanas caídas. Isabel la reprendía siempre con estas palabras: "iSimeona, no debes hacer eso!, iTienen dueño!" Sus padres y las personas que la trataban un poco de cerca, tenían el mismo presentimiento sobre Isabel: que era muy religiosa, muy sencilla y acogedora, muy sacrificada y muy recta, que, por nada del mundo, des– obedecía o traicionaba el dictamen de su conciencia, y que , por tanto, terminaría ingresando en un convento. 40
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