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Las religiosas tenían en su monasterio recuperado una tarea gigan– tesca y para ella no contaban ni con gente ni con medios: "Ademá!¡ las cinco supervivientes éramos todas jóvenes. Desconocíamos c:om– pletamente las cosas que eran necesarias para poner en ma:rcha la comunidad las gestiones que había que hacer; para que fo tu– viéramos más difícil habían desaparecido todos los archivos". Afortunadamente, pudimos contar con una serie de personas que nos prestaron valiosas ayudas que merecen nuestro especial y agradecido recuerdo. En primer lugar, D. Emilio Gómez, visitador diocesano de las religiosas, facilitó el acceso al cajetín que figuraba en el obispado a nom– bre de la Comunidad de Concepcionistas Franciscanas de San José; tam– bién recibieron esta ayuda desinteresada de D. Federico Fernando capellán y D. Gerardo Fernández, personas de confianza de la antigua comunidad que salvaron las cosas más valiosas del monasterio: escrituras, vasos sagrados, objetos de plata, etc. En la parte del trabajo para restaurar lo más imprescindible y po– derlo habitar cuanto antes, las Concepcionistas de San José contaron con la ayuda muy oportuna de sus hermanas de Aranjuez. Era una co– munidad numerosa -26 religiosas- y tenían un grupo notable de jóve– nes. Cuando el gobierno de Franco dio la orden de que todos en Madrid ocuparan sus propios domicilios, las religiosas de Aranjuez tu– vieron que abandonar el piso que habían ocupado durante la uuerra para que lo habitaran sus propietarios. En cambio, no pudieron habitar su propio monasterio de San Pascual en Aranjuez, porque estaba ha– bilitado para cárcel por los Nacionales. Las Concepcionistas de Aranjuez pidieron vivir algún tiempo con sus hermanas de San José -cosa que estas aceptaron encantada.s- pri– mero porque se trataba de religiosas de su misma Orden y, luego, porque podían echarles una mano en la rehabilitación del monasterio. Formaron una comunidad provisional y por aceptación de todas y sin elección ca– pitular se designó a la M. María de los Ángeles, que había sido abadesa hasta la guerra en Aranjuez. Antes de reconstruir nada, se dedicaron a sacar varias toneladas de escombros; luego, ayudadas por algún carpin– tero y albañil, construyeron algunos compartimientos imprescindibles para poder hospedarse en el convento: un espacio que hiciera de capilla, 33

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