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En esta última cárcel reunieron de nuevo a todas, las jóvenes que ha– bían quedado en el convento de las Capuchinas y las ancianas que habían sido trasladadas al monasterio de los Benedictinos, en la calle San Bernardo. Pienso que las autoridades de la cárcel no sólo promovieron este traslado para librar a las religiosas de los peligros que originaban las batallas en los arrabales de Madrid, sino para dar una solución definitiva al futuro de tantas religiosas detenidas y que no sabían ya qué hacer con ellas. Una libertad amarga. En la segunda quincena de enero de 1937 empezaron a liberar algunas de las presas ancianas -señoras y religiosas– de la cárcel de los Benedictinos. Algunas, sobre todo señoras, volvieron a sus casas; pero las religiosas ancianas, se sentían en la calle, sin sitio al– guno donde refugiarse por ello pidieron que las dejasen continuar en la cárcel a pesar de lo mal que lo estaban pasando. La dirección de la cárcel, en este caso se portó muy inhumanamente con ellas, fueron recluidas en una habitación aparte y las advirtieron que no les garantizaban el alimento y remedio a otras necesidades: "porque -las dijeron- el Gobierno sólo paga las necesidades de los presos, por tanto cuando sobrase comida de los presos, comerían y en el supuesto contrario se quedarían sin comer". Por suerte para ellas, nunca les faltó algo de comida, pero no porque se compadecieran de ellas las carceleras. La responsable de la cocina era mujer de buenos sentimientos, se acordaba -decía a las monjas- de su madre que también era anciana. y administraba la comida de tal manera que llegara siempre para las ancianas. Merece la pena subrayar la falta de justicia y de sentimientos huma– nos de los responsables de la cárcel. Las ancianas estaban muy bien aten– didas en sus respectivas comunidades. El Gobierno Republicano las sacó por la fuerza de ellas contra todo derecho, las había metido en la cárcel y ahora, cuando las casas religiosas estaban cerradas y ellos no saben qué hacer con las reclusas, las niegan toda ayuda para que se mueran de asco. En los primeros días de febrero de 1937, todas las recluidas del Centro de San Rafael obtuvieron la libertad. Muchas se encontraron con 305
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