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cayó en un sueño profundo. Ella descansó, como una bendita, pero nues– tra concepcionista de Torrijos no pegó el ojo en toda la noche, cosa que ofreció al Señor con el mejor cariño fraterno. Al día siguiente, ya colocaron colchonetas a lo largo de la pared y hacían de todo; de silla durante el día, mesilla para comer y de cama durante la noche, pero naturalmente dormían vestidas. Aparte del calor humano que generaba el hacinamiento, las ropas que llevaban puestas eran las únicas mantas con que abrigaban sus cuerpos en las noches de noviembre y diciembre. Para redondear las molestias e incomodidades de sus meses de pri– sión, se propagó entre ellas una plaga de parásitos. Hay que conocer el amor de las religiosas a la limpieza, para hacernos una idea de la repug– nancia y el sufrimiento que les causaría sentirse día y noche invadidas por tales bichejos y sin medio alguno para librarse de ellos. Entre los muchos actos religiosos que practicaban en su cautiverio estas religiosas más ancianas, merece consignarse el rosario perpetuo, a falta de libros para rezar el Oficio Divino o hacer lectura espiritual. Todas, como si se tratara de una sola comunidad, se comprometieron a rezar el rosario perpetuo, se distribuyeron las horas del día de tal manera que siempre hubiera una pareja de ellas saludando a la Virgen con las dulces alabanzas del Ave María. Nuestra religiosas jóvenes en cautiverio, fueron también trasladadas del convento de las Capuchinas al Sanatorio Infantil de San Rafael. Ocu– rrió en la primera quincena de enero de 1937. Las tropas de Franco ha– bían ocupado los arrabales de la ciudad. En los momentos de los grandes combates, sobre todo en las inmediaciones de la Ciudad Universitaria, algunos proyectiles llegaban hasta las paredes del convento de las Capu– chinas de la Plaza del Conde Toreno. Ante lo arriesgado de la permanen– cia en dicho convento transformado en cárcel, las responsables optaron por el traslado de las religiosas a Chamartín, a lo que había sido sanatorio infantil de los Hermanos de San Juan de Dios y que entonces estaba abandonado. 304

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