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En cuanto a la comida, por el testimonio de esta religiosa, era es– casa, pobre y mal condimentada, pero -dice ella- como más o menos las monjas estaban acostumbradas a mortificarse y ser parcas en los alimentos cuando estaban en el monasterio, no era una de sus mayores cruces. Había algo que todas las religiosas llevaban muy cuesta arriba, el verse privadas de la Misa y la Comunión. Por eso, hubo un día que quizás todas recordarán como el más feliz y gozoso de su cautiverio. Se presentó en la cárcel una señora teresiana, con abundancia de hostias consagradas que la superiora general de las hospitalarias distribuyó entre las reclusas con la máxima reserva. Como la permanencia en el convento de las Capuchinas se alar– gaba, las responsables de la cárcel pensaron que aquella inmensa tropa de mujeres había que emplearlas en algo útil. Dieron trabajo a las más jóvenes en la lavandería y costura, arreglaban la ropa de los milicianos que estaban en el frente. En las más ancianas respetaron su estado de jubiladas, ellas, por su cuenta, trataban de emplear santamente el tiempo, prolongaban sus oraciones y para rezar el Rosario, como no lo tenían, se las ingeniaban para hacer rosarios de hilo de esparto, haciendo nudos equivalentes a las diez avemarías del Rosario. El uno de noviembre hubo nuevos traslados. Sólo para las religiosas y señoras ancianas. Volvieron a meterlas en los autobuses y se las llevaron al monasterio de los Benedictinos de la calle San Bernardo, convertido también en cárcel. Primero hizo de prisión para hombres y, desde la llegada de las mujeres, se convirtió en cárcel mixta. Las Concepcionistas, como nos informa Sor Mª del Sagrario, llega– ron de noche a su nuevo destino. No había tiempo ya para acomodarlas porque quitaban muy pronto la luz y, por tanto, esa noche la pasaron en los pasillos, sin abrigo ninguno y sentadas en el suelo. También en este traslado se dieron escenas de profundo sabor hu– mano y fraterno. Una ancianita capuchina de Toledo, que estaba al lado de Sor Mª del Sagrario, completamente rendida por el cansancio del cam– bio y las emociones, reclinó su cabecita en el regazo de Sor Sagrario y 303
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