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Hasta el uno de noviembre estuvieron en la cárcel de las Capu– chinas. En los primeros días de este mes tomaron los datos de todas as reclusas y fueron sometidas a un registro personal. Esto último fue lo más mortificante, porque si la que practicaba el registro era una mi– liciana, lo hacía sin delicadeza ni sensibilidad humana. Sor Mª del Sa– grario cuenta el caso y el sufrimiento de una "reverendísima" que en el registro personal la obligaron a quedar delante de todos como su madre la trajo al mundo. En cambio, las funcionarias de carrera se con– tentaban con un registro sin despojarles de la ropa. Hubo otro momento de alguna tensión para algunas religiosas. La directora de la cárcel dio orden de que todas las reclusas se quitaran los pañuelos de la cabeza. Del grupo de las ochocientas religiosas, se sintieron especialmente afectadas, las Concepcionistas de Escalona y Torrijas, las capuchinas de Toledo y las Carmelitas de Don Benito, que tenían la cabeza rapada. La dirección y vigilancia de la cárcel improvisada de las Capuchi– nas estaba confiada a milicianas. Como desde el principio se sintieron desbordadas para atender al número monstruoso de reclusas, se va– lieron para algunos servicios de las mismas religiosas. Una monja ber– narda de Talavera, (desconocemos su nombre) la pusieron al frente del almacén. Como algunas de las religiosas habían abandonado el con– vento con lo puesto, el caso por ejemplo de las Concepcionistas de Es– calona, esta religiosa bernarda, con la suficiente reserva, las proveyó de tela blanca para que se hicieran ropa interior, sábanas y alguna manta. Gracias a estas ayudas del almacén, todas pudieron dormir con algo más de comodidad en el suelo. No todo era comportamientos broncos y deshumanizados por parte de las carceleras. Sor Mª del Sagrario conserva también recuerdos de ges– tos en las vigilantes de humana comprensión. "Por la noche -dice– sobre la una de la mañana, pasaban revista en los dormitorios. Lo hacía una miliciana vestida de mono o buzo y pistola al cinto. Iba por entre las reclusas echadas en el suelo, provista de una linterna. La mayoría dormían, pero cuando veía a alguna que se movía y estaba despierta la enfocaba mientras la decía: "iEstas rezando, ieh? !" Pero se lo decía de forma cariñosa y sonriendo y, por supuesto, sin ánimo de tomar represalias. 302

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