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Dña. Ramona Pérez, a una religiosa, cuyo nombre desconocemos. Dña. Benita Villa Maqueda, a la M. Patrocinio y Sor Carmen. D. Teófilo Rodríguez, a Sor Presentación. D. Federico Palacios, a Sor Rosario y otra religiosa. D. Estanislao Ortiz de Zárate, a una religiosa. D. Sabino Fernández, (c/ San Miguel 30) a dos religiosas. Hubo otras familias que recogieron a religiosas, de cuyos nombres no tenemos constancia.( 62 l Desde el treinta de julio hasta el 16 de septiembre, las religiosas go– zaron de relativa libertad. Decimos relativa, porque no las molestaban abiertamente, pero estaban estrechamente vigilados todos sus movimien– tos y no tenían posibilidad de irse a otras poblaciones. Sor Mª del Pilar -que nos ha facilitado muchos de estos datos- tenía entonces quince años, y aún no era religiosa, paseaba con libertad por las calles de Esca– lona, de donde es oriunda y vio varias veces a las religiosas a las puertas de las casas donde habían sido acogidas. Conservamos también una anécdota entrañable de aquellos días en que las religiosas gozaban de la paz y cariño de las familias de Escalona. El capellán del monasterio, D. Teógenes Diaz Corralejo, iba por las casas para atender espiritualmente a las religiosas, probablemente medio en secreto. Un día que fue a visitar a Sor Beatriz y otra religiosa que vivían en la misma casa, las dos religiosas rompieron a llorar desconsolada– mente, lamentando su situación y añorando la vida en el monasterio. El Capellán un hombre verdaderamente de Dios, atajó sus lloriqueos con estas palabras serenas pero enérgicas: "Hnas, ahora toca dar valiente testimonio de que somos verdaderos seguidores de Jesucristo". El 16 de septiembre de 1936, fueron citadas nuevamente a la Coman– dancia, permanecieron como en la primera noche de cárcel, mezcladas con hombres y mujeres presos. Ocupaban pequeñas estancias y durante toda la noche tampoco recibieron alimento alguna ni facilidades de aseo. A Madrid en camión de ganado. El 17 de septiembre, recibieron la noticia de que había orden de trasladarlas a Madrid. Se las obligó a subir a un camión abierto y, hacinados como ganado, la expedición se dirigió, en la capital de España, a la Dirección General de Seguridad. 300
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