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pretendieron de las religiosas que renunciaran a su estado de vida con– sagrada. Entre otras amenazas, les decían que en caso de que no acep– taran lo que se les pedía, al día siguiente las llevarían "de paseo", muy de mañana, al cementerio; de sobra sabían las monjas qué significado tenía aquella expresión. Las religiosas tuvieron muy en cuenta la última recomendación hecha por su capellán. Rechazaron valientemente las propuestas de sus carceleros. Hay dos anécdotas de aquel momento que merecen subra– yarse -las conocemos gracias a la buena memoria de las supervivientes– en las propuestas de los milicianos para forzarlas a que renunciaran a su estado religioso. Se distinguieron por su rechazo firme y valiente las más jóvenes de la Comunidad. También merece consignarse el comportamiento de la Abadesa, María de San José. Vivió totalmente identificada con sus hijas aquellos momentos dramáticos. Por señas disimuladas y exponiéndose a las repre– salias de los guardianes, trataba de animar a las religiosas a permanecer fieles en los momentos previos a su presentación en el tribunal, se la veía nerviosa y recogida en oración el tiempo que cada religiosa permanecía ante el tribunal, y cuando salían las religiosas y por señas le daban a en– tender que habían sido valientes, le brillaban los ojos de satisfacción. Después de dos días de sufrimientos físicos y morales de todo tipo; las religiosas con gozosa sorpresa para ellas, fueron puestas en libertad. Varios vecinos que mantenían alguna relación con las monjas, afrontando valientes las iras de los jerifaltes del Ayuntamiento, ofrecieron a las monjas fraternal acogida en sus casas. Sabemos el nombre de la mayor parte de estas familias cuyo re– cuerdo merece perpetuarse como valioso testimonio de fe y de cari– dad cristiana. Dña. Luciana de Paz, (e/ D. Luis Torralba) acogió a Sor Pilar. D. Heliodoro Benítez, ( c/ San Miguel) a la M. María de San José y otra religiosa. D. Eustaquio Cocinas, (c/ de las Campanas) a Sor Mª Asunción Pas– cual y a Sor Beatriz. 299