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Las supervivientes recuerdan, agradecidas y con emoción, la ima– gen de la Abadesa que en aquellos momentos reflejaba un sufrimiento y nerviosismo atroces, cuando oía citar a cada una de las religiosas, por– que sabía que usaban de todas las artes humanas e inhumanas para ha– cerles claudicar. En cambio, le brillaban los ojos de gozo cuando regresaban las hermanas después de haberse mantenido firmes en su compromiso con el Señor. A este vivir volcada en sus monjas, unía Sor María José una respon– sabilidad extraordinaria para todas las cosas que se relacionaban con el monasterio. No es difícil demostrar esta faceta de su persona. Basta leer las numerosas cartas que se conservan, enviadas al superintendente de las religiosas, de la Curia toledana, siempre que se producía una necesi– dad que no estaba en las posibilidades de las monjas poner remedio. En esta correspondencia refleja nuestra biografiada su carácter espontáneo, sencillo y confiado, quizás lo más exquisito y emocionante de su persona. Sor Mª de la Asunción Pascual Nieto. Villarobe era una modesta aldea burgalesa, a 38 kilómetros de Burgos, sepultada en las verdes profun– didades del valle que separa la Sierra de la Demanda de los Montes de Oca. Al amparo de estos dos maci– zos montañosos, se deslizaba la vida tranquila, monó– tona y agrícola del puñado de vecinos Villarobenses, sólo turbada por el estruendo de las aguas del río Arlanzón. Ajenos a la marcha del mundo viven pendientes todo el año, del cultivo de sus tierras poco agradecidas, en el cuidado de los anímales domésticos y de los numerosos rebaños que pastaban en los amplias y empinadas faldas de las montañas. Decimos que Villorobe era, porque ya no es. En 1974, el gobierno decidió construir un pantano sobre el río Arlanzón para abastecer de agua a Burgos (capital) y Villorobe, lo mismo que Eguguza y Herranel, queda- 290

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