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En el mes de diciembre de 1932, a Escalona le tocó un invierno muy lluvioso, consecuencia de la excesiva humedad, se derrumbó un gran lienzo de la cerca del convento. La M. María de San José da cuenta del incidente al superintendente así: "Anoche a las doce de la noche se cayó un buen trozo de un muro de la clausura de la huerta, estamos en la calle... no tenemos ni un céntimo para levantar el muro ni quien nos dé nada, en estos tiempos terribles de con– tribuciones, llevamos pagadas desde el mes de junio más de se– tecientas pesetas, ahora sabe Dios lo que nos pedirán para levantar el muro de la huerta. iQué va a ser de nosotras?" Des– pués de llorar al superintendente reacciona como una auténtica alma de Dios que no se abandona a la desesperación: "En sus manos estamos y El que es nuestro Padre, no nos abandonará".< 59 > En otra de sus cartas hace alusión a la situación caótica de la España de entonces. Lejos de deshacerse en lamentaciones, resalta la oración que deben hacer las almas buenas para que el Señor se apiade de los es– pañoles y termina con estas palabras propias de un alma de Dios: "Aquí estamos, pide que te pide, a Dios Nuestro Señor que haga des– cender su misericordia al remedio del mal grande que pesa sobre esta pobre nación. Nuestra Purísima Madre -termina- es la que lo tiene que arreglar porque es nuestra madre y madre de España". ( 59 l Naturalmente, Sor María de San José podía reaccionar en sobre– natural con naturalidad y de la manera espontánea que acabamos de comprobar, porque era una gran alma de oración. Para eso tenía sus dos horas de oración diarias y sobre todo la Eucaristía; el contacto y la intimidad personal vividos en esas horas fuertes de fe le permitían, luego, y de manera casi instintiva, ver todos los acontecimientos desde una perspectiva sobrenatural. Pero nunca nos imaginemos a la M. María de San José, andando por los pasillo o paseando por la huerta con la cabeza pegada al pecho, como temerosa de perder el espíritu de recogimiento que la facilitaria luego hacer mejor la oración, camina siempre con los ojos muy abiertos para darse cuenta de cómo están todas las cosas del convento. 288
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