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conmoción en el pueblo de El Pardo, por eso la recepción que dispensó a las dos religiosas mártires fue multitudinaria, entusiasta y espontánea. Con ella quería demostrar el pueblo, y lo consiguió, que la salida for– zada de las monjas de su monasterio, los numerosos atropellos y sal– vajadas de que, fueron víctimas y la muerte de las dos religiosas cuyos cuerpos se recibían en el monasterio en aquella tarde, no había sido consecuencia de animosidad alguna del pueblo como tal, fueron vícti– mas del odio y del fanatismo revolucionario de unas bandas, cuyos in– tegrantes eran la mayor parte de Madrid. Los féretros de las dos religiosas mártires penetraron en la Iglesia, primero en medio de un impresionante silencio, interrumpido luego por un cerrado aplauso del inmenso gentío que abarrotaba la iglesia, la calle y los jardines inmediatos. Celebró la Eucaristía el párroco, acompañado por un nutrido grupo de sacerdotes seculares y religiosos capuchinos del Seminario de El Pardo. Ocupaban sitio de honor las autoridades del Ayuntamiento. Desde el púlpito resaltó la figura santa de las religiosas el P. Emilio de Madrid que había sido confesor de la Comunidad Concepcionista varios años hasta que las religiosas fueron obligadas a salir del monasterio el 20 de julio de 1936. En otra parte de este extracto biográfico de las dos hermanas mártires, glosamos pa– labras de la homilía del P. Emilio. Son especialmente interesantes para este momento las palabras altamente laudatorias sobre Madre Inés: "La Madre Inés cultivaba una vida interior intensa y de gran elevación, hubiera llegado a una gran santidad aún en el caso en que no hubiera recibido la palma del martirio". Finalizado el solemne funeral, se formó un reducido cortejo compuesto por los que transportaban los féretros, los sacerdotes, los miembros del Ayun– tamiento y las religiosas para depositar los cuerpos de las religiosas en el cementerio ubicado al fondo de la extensa huerta conventual. Actualmente ocupan dos nichos aparte y con sendas lápidas que las identifican hasta que en su día, después de la beatificación, sean colocadas en la Iglesia. 268
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