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este mundo, fueron testigos coprotagonistas del más bello y lumi– noso amanecer de sus vidas, la retina de sus almas quedaron go– zosamente deslumbradas por la presencia de Jesús que las había seducido desde su juventud y ahora satisfecho, mejor orgulloso de la fidelidad heroica de M. Inés y Sor María del Carmen, a la vez que las abrazaba tiernamente, les invitaba a entrar en la gloria, con las pala– bras del Cantar de los Cantares. "Levantaos, amadas mías, preciosas mías, venid Que ya ha pasado el invierno, Han cesado las lluvias y se han ido" (2 .10-11) Exquisita humanidad de un enterrador. Los milicianos se portaron con las religiosas, hasta el final. Faltos de la más elemental sensibilidad humana, terminada la sesión del fusilamiento, los cadáve– res de las religiosas fueron cargados en la camioneta y arrojados a las puertas del cementerio de Vicálvaro como fardos de basura. Muy otro fue el comportamiento del enterrador. Tuvo con las re– ligiosas la más exquisita delicadeza y respeto. Desde el primer mo– mento sospechó que eran cadáveres de religiosas y pensó que, muy previsiblemente, una vez terminada la contienda bélica, serían recla– mados por su instituto o querrían saber con certeza dónde estaban sepultadas. Lavó cuidadosamente sus rostros, puso en orden sus vestidos, las colocó en posturas decorosas, hizo de ellas sendas fotos, enterró sus cuer– pos una al lado del otro y puso, sobre sus tumbas, una contraseña para luego facilitar la identificación. Finalizada la Guerra Civil entregó al juez municipal toda la valiosa información que había reunido. Sus previsoras y humanitarias atenciones con los cuerpos de las religiosas facilitaron más tarde los trabajos de su exhumación e identificación. Para las religiosas de El Pardo no fue gran problema localizar los cuer– pos de sus hermanas mártires. Antes de liberarse Madrid ya sabían que ha– bían sido asesinadas. Se enteraron por los buenos servicios de Sor María de los Dolores. Pero desconocían todas las circunstancias de su muerte. 265