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El Señor siguió regalándoles con estos placeres de la naturaleza en su convento de El Pardo. Se levantaban siempre antes de la salida del sol y a través de las ventanas de su retiro disfrutaban con frecuencia de los bellos amaneceres en el monte de El Pardo, cuando se asomaba el sol por encima de las colinas que dominan el palacio de los Borbones y transformaba los inmensos encinares en un mar verde, gris y oro y despertaba y se alegraba la naturaleza con los numerosos y variados cantos de las perdices, codorni– ces, bramidos de los ciervos y los gritos de los faisanes. Ese día 21 de agosto de 1936, la M. Inés y Sor Mª del Carmen ex– perimentaron el amanecer más tétrico y amargo de sus vidas. Cuando se despertaron, si es que lograron conciliar algún momento el sueño y se contemplaron a través de la tenue claridad que se filtraba por las venta– nas, quedarían horrorizadas. Se verían y se sentirían como verdaderas piltrafas; la boca seca, los estómagos vacíos, los vestidos sucios y rotos y todo su cuerpo como descoyuntado y convertido en pura llaga. Entraba también en el amanecer de esa jornada la incógnita pavorosa de los mé– todos inhumanos que ensayarían con ellas sus carceleros ese día. Antes de salir el sol, fueron llamadas por su nombre y se las ordenó marchar hacía la camioneta que estaba apostada a la puerta de la cárcel. Nuevos insultos, nuevos empellones, como se trata al ganado, sin que contara en absoluto la dignidad humana, ni mucho menos lo de ser mu– jeres y consagradas a Dios. De esos últimos momentos, conservamos un gesto de la Madre Inés en el que demostró una vez más, ien aquellas circunstancias! , su actitud habitual de olvido de sí misma y su vivir para los demás. Con actitud sen– cilla, y al mismo tiempo llena de entereza que contrastaba con el aspecto deplorable de su estampa, se acercó al responsable y le habló en estos tér– minos: ''A nosotras pueden matarnos, somos almas consagradas a Dios y daríamos mil veces la vida por ser fieles a El. Pero a estos buenos señores, que por caridad nos han acogido y tratado con humanidad y cariño, les rogamos que no les hagan nada. Se habrían comportado igual con cualquier persona necesitada". ( 52 l 263

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